jueves, 21 de octubre de 2010

La cara más amable

Como buena periodista de viajes, tengo la manía de analizarlo todo desde una perspectiva turística. Cuando voy a un restaurante, evalúo si podría recomendarlo en una guía. Si descubro algún rincón maravilloso, me lo explico con metáforas hasta que decido si merecería la pena contarlo o no. Si una ciudad me llega al alma, la bautizo con un titular. La belleza de Sierra Leone no podía a escapar a mi fiebre analista y discursiva. Y la verdad es que, a pesar de la pobreza que le aplasta las espaldas, el país tiene potencial.

Verde, rojo y azul son los colores que me vienen a la mente cuando cierro los ojos y pienso en Sierra Leone. El verde de la jungla, el rojo de la tierra y el azul intenso del mar. La bandera me lleva la contraria sólo en uno. Donde yo pongo rojo, ella pone blanco -y quizás sea por el blanco de la paloma de la paz-. Sierra Leone tiene también marrón en las casas construidas de adobe y naranja en las puestas de sol de postal. Amarillo, rosa, magenta y dorado en las ropas que invaden sus calles. Y negro en la oscuridad de la noche, en las voces, en el alma y en la piel.

Sierra Leone es ir en jeep cruzando la naturaleza más salvaje. Pararse en una aldea y mirar alrededor. Sierra Leone es también esa playa en la que no hay más que arena blanca, cocoteros y un solitario pescador. O esa otra en la que un chiringuito sencillo espera a que alguien se siente a comer barracuda, beber cerveza y tostarse al sol. Sierra Leone son también sus mercados, callejear entre especias y telas, entre collares, estatuillas y estanterías rebosantes de color. Sierra Leone es contemplar como elaboran la crema de cacahuete, como convierten la leña en carbón vegetal, como recogen el arroz. Sierra Leone es el trópico en estado puro. Sierra Leone es sorprenderse a cada paso. Sierra Leone es calor.

Tiene una belleza tan veraz que asusta un poco. Y te preguntas, “¿Hasta cuándo?”. Y sabes que durará lo que tarden los turistas en llegar. Y te entristeces un poco mientras el sentido común pone las ideas en orden y concluyes que ellos también tienen derecho a progresar.

3 comentarios:

Nemo dijo...

turismo sí o no: la fuente de ingresos más importante para la gente de a pie en tantos paises subdesarrollados; ese capital que ningún gobierno corrupto les puede arrebatar, y a la vez la pérdida del misterio y la autenticidad, vendiendo una identidad bajo la uniformidad de resorts, hoteles y McDonals como los que encuentras en cualquier lado...
Un dilema, sin duda, pero para mí la vida de esa gente y su derecho al desarrollo ( y a la supervivencia de sus niños) valen más que esforzarse por aislarlos para que no se contaminen, hasta la extinción.
Ojalá lograr ambas cosas sea posible.

Olga Moya dijo...

Cuanta razón, nemito...

BeLTxA dijo...

Cuanta razón!