sábado, 27 de septiembre de 2008

Adiós, Dharamsala

En un par de horas abandono Dharamsala. Me ha costado. Llevaba días repitiéndome que debía continuar mi camino, que al día siguiente me iba, pero luego siempre encontraba la excusa necesaria para prolongar la estancia un día más. El martes fue el hallazgo de Alberto, el miercoles el de Mauricio, el jueves la clase del Dalai Lama, el viernes el spanish team que conocí en Bagshu y ayer una boda. Esta mañana, al despertar, no sabía que me iría. Estaba dispuesta a encontrar otro pretexto para quedarme.


Pero desayunando me he encontrado con toda la trouppe -Alberto, un mallorquín, un brasileño y una israelí con los que he pasado los últimos días-. La conversación ha versado sobre cuando marchábamos y la mayoría lo hacían entre hoy y mañana. Sé por experiencia lo que es quedarse el último cuando todos tus nuevos amigos se van. Y he decidido que iba a ser la primera en abandonar el barco.


Dharamsala te atrapa. Vine para cuatro o cinco días y me he quedado casi dos semanas. Es guiri -de lo más guiri que se puede encontrar en este país-, pero tras un garbeo por la caótica, calurosa y abarrotada India, se agradece llegar a este oasis de paz, facilidades, vistas y amabilidad. Echaré de menos a los tibetanos y a su modo de hacer tranquilo y sin agobiar. Echaré de menos el dormir con dos edredones, la chaqueta cuando el sol no brilla, las bambas, los calcetines, la pashmina. Echaré de menos la terraza con vistas sobre las montañas de mi Guest House, el Bagshu Cake, el Hello to the Queen, el Buffi -no sé por qué, pero Dharamsala es el paraíso de la pastelería… quizás porque está llena de israelíes y a estos les gusta vivir bien-, los momos. Echaré de menos el que ya medio pueblo me conozca, a mis alumnos de la clase de conversación de inglés, al kashmiri de la tienda de colgantes, al limpiador de mi hotel. Echaré de menos las veladas en Bagshu, las cervezas compartidas, las noches de guitarra en el bar. Echaré de menos las estrellas de vuelta a casa, los perros ladrándome, la linterna en la oscuridad. Echaré de menos el templo, la proximidad del Dalai Lama, los monjes cenando en la mesa de al lado -ahora mismo, mientras escribía, ha pasado una procesión portando velas por delante del bar-, el museo con la historia de este pueblo que en su día me hizo llorar.

Lo echaré de menos pero debo irme. Mis pies me piden continuar.

De boda

Fue absolutamente surrealista. Ayer estuve de boda. De boda medio india, medio israelí. De boda de conveniencia -a ambos les interesaba la nacionalidad del cónyugue para vivir en su país: intereses cruzados, diría yo-. De boda interracial en un restaurante coreano situado en pleno centro tibetano en la India. Bendita globalización. A mi me gustan estas cosas. Sé que es impopular decirlo, pero me hacen gracia. Sobretodo, si suena Manu Chao de fondo y estoy sentada en una mesa con un brasileño, una kurda y un español.