sábado, 29 de noviembre de 2008

Chiang Mai: tres, dos, uno, cero


Comienza la cuenta atrás para abandonar Chiang Mai y proseguir mi camino –que continúa sin destino, pero sigue contando con etapas-. Recuerdo que llegué aquí con una misión: la de reconciliarme con el pasado y pasar página. Lo he conseguido. Esta vez me voy de Chiang Mai sin cargar con ningún lastre, sin que ningún recuerdo que escueza me aplaste la espalda, sin memorias agridulces, sin besos que al convertirse en vacío hieran, sin silencios dolorosos como sombra de palabras.

Chiang Mai esta vez ha sido mía -y ahora me recuerdo a la Fresita, con su mítica frase “Salou es mío”, pero no, que esto va en serio-, en lugar de ser nuestra. En mis viajes anteriores la compartí demasiado -cada esquina llevaba una firma, cada calle una mirada, cada bar un brindis, cada habitación una respiración pausada-. En esta ocasión, en cambio, la he vivido individualmente. Es verdad que he conocido gente, que me he pegado fiestas, que he compartido paseos, piscinas, mercados, desayunos, comidas y cenas. Pero también me he dedicado a gozarla sola. Le he puesto mi único nombre a cientos de recodos, a miles de encricijadas.

Chiang Mai han sido noches de películas con Sebastian, tardes de tés con Nicolas y Hanna, desayunos con Ramón y Nuria, madrugadas de copas con Josu y Lom, abrazos de oso con Tim, encuentros fugaces con Felicity, clases de thai con la camarera del Baiporn, mañanas de juegos con la mujer del “Fish and Chips” y su gato Midnight. Subir a un mirador muy bien acompañada, charlar con un taxista que quiere aprender español en el bar de la esquina, tomar un café puntual con espontáneos, cenar con todo mi grupo del curso de masaje en un restaurante con cascadas. Chiang Mai han sido también mis noches de lectura solitaria, mi libreta y mi bolígrafo sobre una mesa apartada, teclear sobre mi portátil mientras desayuno un american breakfast, pasear mis pensamientos y mi cigarro a la orilla del río, chafardear a mi ritmo en el mercado nocturno, tumbarme bajo el sol en la piscina analizando mi karma, surtirme de comida callejera y cenar sola en casa –léase Guest House, aquí a todo se le acaba llamando casa-.

A la tercera fue la vencida.