lunes, 15 de diciembre de 2008

Ton Sai o cuando el reloj se para


El vacío informativo de los últimos días, no debe ser tomado a la tremenda. Estoy bien -demasiado-. Simplemente, mi reloj se ha detenido. Y he estado muy ocupada haciendo nada. O lo que es lo mismo, tirada sobre la playa, tomando Singhas y batidos, tostándome bajo soles de cuarenta grados, bañándome en aguas esmeraldas y turquesas, comiendo pescado fresco, paseando hasta Railay, nadando hasta Happy Island e incluso escalando en enormes gigantes de piedra que emergen del mar como si nada. Vida dura la mía. Eso mismo es lo que pienso cada noche cuando despido el día tumbada en el bar de siempre, entre cervezas, cocoteros y nuevos amigos. Hay, además, algunos puntos a destacar. Los detallos a continuación:

1.- El muñeco y Panxa

Aunque pueda parecer justamente lo contrario, el muñeco es de carne y hueso y Panxa de trapo. El muñeco es Javi, mi colega de León, al que conocí hace año y pico en Vietnam y con el que hoy estoy en Ton Sai. Panxa es su mascota, una rana muy graciosa a la que le gusta vivir bien. Ambos llegaron el pasado miércoles y yo los estaba esperando con los brazos abiertos. A Panxa todavía no tenía el gusto de conocerla, pero a Javi sí. Viajamos durante un mes juntos y sabía por experiencia las risas que me esperaban en cuanto llegara. Y así ha sido. Mis abdominales están más marcados que nunca de tanto reir. Los “hola Susita”, “maracón”, “guapo” y tantos otros serán difíciles de olvidar. El muñeco –reencuentro número 9- y Panxa se quedan conmigo una temporadita. Soy feliz.

2.- La Full Moon Party

Debo reconocer que, hasta que el pasado viernes una pareja de nuevos amigos –Chusma y Alba, dos soles que brillan más que el que me dora la piel, que ya es decir- me hablaran de la Full Moon de aquel día, siempre había huido de ellas sin mirar atrás. Las temía. La culpa seguramente la tiene Koh Panghan y su fiesta desfasada –muy parecida al Lloret de los peores tiempos- que ya presencié una vez y decidó no presenciar más. Pero esta vez me convencieron sin palabras. Estoy en Tom Sai, un lugar traquilo, meca de los escaladores de todo el globo, con gente sana a la que no imagino vomitando sobre la playa o liándola sin más. Decidí ir. Y lo pasé genial –aquí lo dejo para no herir sensibilidades ni abrir heridas difíciles de reparar-.

3.- Climbing

He escalado. He EsCaLaDo. HE ESCALADO. Y desde que lo probé, sólo tengo ganas de gritar, de contárselo al mundo, de subirme a un edicicio muy alto, abrir la ventana y chillárselo al que me quiera escuchar. Qué sensación. No sé explicarla. Debe vivirse, catarse, sentirse. Uno tiene que verse a sí mismo descolgado sobre el abismo, con todos los músculos en tensión, la quemazón en las palmas de las manos y la cabeza mareada de adrenalina para enteder esta afición. Engancha. Es de lo mejorcito que he probado en mi vida. Fuerza, técnica pero, sobretodo, concentración. Pensar que puedes, seguir. Mano derecha, pie izquierdo, mano izquierda, pie derecho. Hacia arriba, sin parar. Si te bloqueas y te entra el miedo, se acabó. Caes. Punto. Concentración: cabeza, coco. Entonces te sorprendes a ti mismo de lo que eres capaz de hacer. Y bajas triunfal, borracho de endorfinas, feliz. De lo contrario, si te rindes por bloqueo cuando sabes que físicamente podías hacer más, regresas a tierra cabreado, triste y más competitivo que nunca, queriendo demostrarte a la siguiente podrás. Ya tengo una nueva afición. Ahora sólo queda aprender más.

Tom Sai, otro de mis lugares en el mundo. Un rincón al que regresar desde el recuerdo cuando me halle lejos. Un recodo del camino, del mío, del de ahora. Una equina de mi vida cubierta de arena y sal, de paredes escarpadas, de bongs, cervezas y risas, de relojes que se detienen a su antojo sobre algún minutero de la madrugada. De reencuentros, de Chaití, de Chusmas y Albas, de lunas llenas a rimo de tecno, de arneses, cuerdas y chapas, de largos a mar abierto, barcos de regreso y tertulias en la playa.