lunes, 18 de octubre de 2010

De celebración con Ernest Bai Koroma

Si hace un año me hubieran dicho que hoy estaría en Sierra Leone, me hubiera reído mucho (no sin antes correr a por un Atlas para ver dónde se hallaba exactamente ese lugar). Si hace sólo cinco días alguien me hubiera augurado un encuentro con Ernest Bai Korama, hubiera buscado su nombre en google y sonreído incrédula al descubrir que se trata del presidente del país. Pero la fortuna existe. Y las casualidades también. Y el azar quiso que un reportaje sobre un campo de refugiados en la frontera birmana me trajera hasta Sierra Leone justo a tiempo para asistir a la celebración del 50 aniversario del obispo de Makeni, con el presidente de Sierra Leone como invitado de honor.

Voy a hablar de religión y política. Aviso. De religión, política y esperanza. De cuando las cosas se hacen bien. De cuando las misas no aburren y de cuando un político ilusiona. De cuando el lujo del Vaticano queda lejos. De cuando alguien apuesta por el cambio. De cuando un cura lo deja todo para dedicar su vida a África. De cuando un presidente con un país arrasado empieza por hacer llegar electricidad y agua (en lugar de prometer imposibles). De cuando se regalan condones para paliar el sida independientemente de lo que diga el Papa (conste que no hablo por los hermanos, a los que no me he atrevido a preguntárselo). De cuando los poderes se hallan cerca de la gente. De cuando el que manda no beneficia sólo a su tribu. De cuando la bondad gana a la jerarquía. De cuando despiertas un día y te das cuenta de que en la iglesia y la política, como en todo, hay gente buena y mala.

La celebración fue una misa multitudinaria al aire libre, seguida por una sencilla comida en un conocido hotel de Makeni. La ceremonia religiosa -entre cocoteros, con coro de gospel africano y danzas- nada tiene que ver con las que languidecen en las iglesias de España. Y no fue sólo ésta por tratarse de una ocasión muy especial; he asistido a dos misas en el hospital y el desarrollo es básicamente el mismo. El sopor deja paso a la alegría, los sermones no generan miedo y la gente se entrega en cuerpo y alma. Hay colores, bailes, tambores, niños jugando en las esquinas, canciones, luces y palmas. Sentada entre ellos no puedo evitar pensar que si en el resto del mundo la religión se alejara de las altas esferas y bajara a la tierra un poco, que si las iglesias no fueran oscuras y tristes, que si se modernizaran un poco y vieran las necesidades reales de la gente, quizás habría más fieles y menos insurrectos.

Existe un grupo en Facebook que reza algo así como “Cambio tesoros del Vaticano por comida para África”. Los tesoros siguen sin estar a la venta, pero la comida ya está llegando. Muchos son los religiosos que se han bajado de sus tronos para hincar bien los pies en el terreno. Yo, aunque escéptica y agnóstica reconocida, sólo puedo felicitarlos. Chapeau por ellos.