domingo, 28 de noviembre de 2010

Del sushi a las tapas

Todavía no te había visto y ya sabía que te iba a querer.

Intuición.

Sexto sentido.

Amor pre primera vista.

Luego te vi -una tarde de primavera en la que no supe seguir prescindiendo de tí- y pensé que envejecería contigo. No sé exactamente cuándo tuve la certeza de que eso iba a ser así

-no sé si todavía la tengo-,

algo me lo susurró al oído mientras tú seguías ajeno a mis alucinaciones ante aquel plato de sushi de salmón.

Era como si te conociera de toda la vida y en realidad no sabía quién eras.
Era como si tu olor me atrapara sin darme opción a escapar.
Era animal y primigenio.
Eran tu piel y tus ojos.
Era tu respiración pausada a media noche,
tus tatuajes rodeando mi cadera,
tu cuello dibujando mi almohada.

Eras tú.
Eras, eres y seguiste siendo
-en Barcelona, en Sudáfrica, en India y en Koh Tao-.

A distancia y cara a cara.
En la calle y por teléfono.

Fluíamos llevados por el viento hasta que alguna montaña -nacida de un pequeño grano de arena- nos obligaba a parar. Creíamos que lo nuestro era posible y, tras sacudirnos las rodillas, volvíamos a volar.

(Yo ya no sé si lo creo)

Cosquillas
Besos
Gintónics

Sábanas y sudor

Notitas por la mañana.

Risas
Lágrimas
Desayuno para dos
Mis ganas
Las tuyas
Reproches
Nuestros sueños
Y un despertador

Hasta las tapas de ayer.
Hasta el amanecer de hoy.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Yogures caducados

Recuerdo perfectamente esa primera vez en la que algo que consideraba eterno desapareció sin previo aviso. Tenía siete años y mi madre me estaba esperando a la salida del colegio para decirme que mi abuela acababa de morir. No lo entendí en un primer momento -¿qué es la muerte para una niña de siete años?-, pero con el paso de los días comprendí que, fuera lo que fuera la muerte, se la había llevado a algún recóndito lugar en el que no iba a poder verla. Nunca más. Desde entonces, la vida se ha encargado de arrancarme lentamente de ese sueño infantil en el que todo dura para siempre. Desde entonces, el día a día me ha arrastrado hasta un mundo en el que todo, al igual que los yogures, tiene fecha de caducidad desde el mismo momento en que lo pruebas. Lo jodido es que, a diferencia de los lácticos en envase de plástico, en la vida las cosas caducan sin avisar de antemano. Como aquella vez que mi chico me llevó de cena para romper conmigo en el transcurso de los postres. O aquella otra en la que nos fuimos de escapada romántica por Navidades y regresamos de morros y antes de tiempo. Como aquella ocasión en la que mi coche me dejó tirada en medio de la autopista y jamás arrancó de nuevo. O aquella en la que un amigo se olvidó para siempre de cogerme el teléfono. Recuerdo también aquel jefe que me comunicó que no podían renovarme el contrato o aquel otro que me dijo que el negocio se hundía y que se veían obligados a prescindir de mi puesto. Recuerdo cuando realquilé mi casa de Koh Tao y jamás me la devolvieron. O cuando mi mejor amigo se fue a vivir a India dejándome huérfana de cafés, confidencias y risas. Recuerdo que un día abrazaba a mi gato y al siguiente lo sacrificaban en secreto. Recuerdo perfectamente el día en que mis tejanos preferidos se rompieron. O aquella fatídica ocasión en la que mi ordenador decidió averiarse, llevándose consigo todos mis documentos. Recuerdo que a veces sólo me queda el recuerdo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

A mis amigos

A los que siguen ahí y a los que dejé por el camino. A los que tuve que dar las gracias y a los que me pidieron perdón. A los de los sábados noche y a los de los domingos tarde. A los de los cafés y a los de los gin-tónics. A los que me hicieron reír y a los que me hicieron llorar. A los que están cerca y a los que están lejos. A los que son como hermanos. A los que me hacen de padres. A los que además de amigos, fueron amantes. A los que pasaron por alto que un día me equivocara con ellos y a los que nunca me han podido perdonar. A los que han crecido conmigo. A los que aguantaron mi energía adolescente. A los que me hicieron compañía en el bar de la universidad. A los que se alegraron de mi primer empleo. A los que me apoyan ahora que ya no lo tengo. A los que están viviendo la crisis de los 30 junto a mí. A los que vendrán. A los que me quieren y a los que se dejan querer. A los que viajaron conmigo. A los que se leen mis artículos. A los que llamé a las tres de la madrugada de un miércoles cualquiera y me cogieron el teléfono. A los que supieron pararme los pies cuando estaba yendo demasiado lejos. A los que me animaron cuando me estaba quedando corta en esfuerzos. A los de los abrazos reconfortantes y a los que no saben abrazar. A los que siempre están. A los que me han decepcionado. A los que se han sentido defraudados por mí. A los del colegio, a los del trabajo, a los del gimnasio, a los de Jamboree, a los de Playa de Aro, a los de la universidad. A los que me han traicionado. A los que ponen la mano en el fuego por mí. A los que han caminado a mi lado en algún rincón asiático. A los que estaban cuando me fui y a los que seguían ahí cuando regresé. A los que sé que siempre estarán. A los de Koh Tao. A los que se propusieron animar una tarde para el olvido y lo consiguieron. A los que me dicen “te quiero” y a los que no lo dicen jamás. A los que hacen cómodos los silencios. A los que me recomiendan libros. A los que me llaman unicamente para saber cómo me va. A los de para lo bueno y para lo malo. A todos. A los de ayer, a los de hoy y a los de mañana. Porque hoy me he levantado con ganas de evidenciar lo evidente. A mis amigos, sin más.