domingo, 6 de diciembre de 2009

Una aclaración

A veces creo que no se me ha entendido bien. Que cuando decido quedarme en Barcelona -o mejor dicho, alargar mi estancia, ya que lo de quedarme o no quedarme no está para nada claro-, muchos se congratulan a sí mismos con un "¿Lo ves? Al fin y al cabo este es tu sitio", un "Ya te lo dije" o un "El paraíso lo llevas tú encima, no hace falta marcharse lejos para encontrarlo". Cierto o no cierto, no es este mi caso. Se felicitan, se aplauden, se enorgullecen, como si mi regreso a Barcelona fuera la muestra de que yo he perdido el tiempo y ellos lo han aprovechado al máximo. Llevo sintiendo esto desde que pronunciara en voz alta mi voluntad de perder mi vuelo de regreso a Tailandia. Y me gustaría aclararlo:

Punto uno. Yo era feliz en Koh Tao. Mucho. Muchísimo. Como en ningún otro período de mi vida lo he sido. Esto tiene que quedar claro. Mi decisión de quedarme tiene poco que ver con ello. Es alucinante, lo sé. Nos repetimos toda la vida que nuestro objetivo final es ser felices y cuando lo hallamos… ¡Zas! Necesitamos algo más. ¿Qué hay después de la felicidad? No lo sé, pero estoy dispuesta a descubrirlo. Una nueva manera de conseguirla, intuyo. Un nuevo reto, un nuevo camino.

Punto dos -y enlazando con el anterior-. A mí siempre me han gustado los retos. La adrenalina, el qué será, el ponerme a prueba, el medirme, el saber si seré capaz. Es por ello que siempre he desempeñado trabajos tan distintos, que he vivido de día y de noche, que he viajado, que he escalado y hecho wakeboarding cuando los deportes extremos no son lo mío. Koh Tao había dejado de ser un reto. Ni siquiera irme de viaje a China, Argentina o Mozambique podía serlo. Tras tres años viajando, volver a casa era lo más parecido a un desafío. Me apetece saber si seré capaz de volver a convivir con todo aquello que desde la distancia tanto he temido -las apariencias, las superficialidades, la moda, el metro, la rutina, el asfalto, el frío-.

Punto tres -y enlazando también con el primer punto- . Si antes hablábamos de retos, ahora toca hablar de caminos. Me gusta caminar. Me gusta abrir senderos donde los demás sólo ven maleza, complicaciones, sinsabores, obstáculos, vacío. Me gusta pensar que puedo ser muchas cosas. Me gusta imaginar las diferentes vidas que podría tener, tirar los dados y escoger una. He sido feliz como periodista, como viajera y como instructora de buceo. Ahora, quizás, es el momento de descubrir si puedo ser feliz de otra manera. Deshacer el camino y empezar otro nuevo.

Punto cuatro. Todo no se puede tener en la vida. No todo a la vez, al menos. Yo querría combinar mis playas paradisíacas, el relax, las hamacas, las sandalias y el buceo con la cultura, los cines, mis amigos de toda la vida, mi familia, la vida trepidante, los abrigos, los museos. Pero no puedo. O me quedo en Koh Tao o en Barcelona. No puedo fusionarlas en un único lugar en el que todo fuera bueno. Por eso también me quedo. He disfrutado de las benevolencias de mi isla durante casi un año; ahora siento que necesito gozar las generosidades de mi patria. Todo no puede tenerse de golpe; así que decido tenerlo por etapas.

Punto cinco. Me gusto más en Barcelona. Qué idiotez, ¿verdad? Pero es así. Me gusto más no-feliz, que feliz. Por que cuando uno todavía no ha alcanzado la felicidad, la sigue buscando. Y en la búsqueda, se hace preguntas y halla respuestas. Lo asaltan las incertidumbres, las dudas, los puntos suspensivos. Y elabora filosofías más o menos acertadas que lo acerquen a esa verdad oculta. Cuando uno es feliz, sin embargo, no tiene que plantearse nada. Ha llegado, ya está. No necesita urdir extrañas teorías porque ya no hay nada sobre lo que teorizar. Encontró la respuesta: no hay más que buscar. Y yo, que siempre dije que mi meta era ser feliz, ahora empiezo a pensar que no, que yo no he nacido para mecerme en esa plenitud eterna a salvo de interrogantes. A mi me gusta tener dudas. A mi me gusta darle al coco. A mi me gusta equivocarme.