lunes, 27 de octubre de 2008

Mi mate

Pronunciado “meit” in english, nada que ver con el amargo brebaje argentino que tanto gusta por esas latitudes. No. Mate, en inglés; compañera, en cristiano. O lo que es lo mismo: Olga. El gran descubrimiento de mi mes de octubre.

Llegó hace dos semanas largas y se marchó ayer. Yo apenas la conocía. Es la cuñada de una gran amiga mía y ésta nos puso en contacto cuando yo estaba en Barcelona unos meses atrás. Olga quería trabajar como voluntaria en algún lugar de Asia y Vicky pensó que yo podría echarle una mano. Quedamos en Gracia, en la Musaraña -ahora, al escribir su nombre, una oleada de nostalgia me ha invadido-. Tomamos varios cafés y hablamos -hablé- durante un par de horas sobre el campo de refugiados Karen, sobre mi experiencia allí y lo mucho que la recomendaba. La convencí. Aunque es probable que ella ya estuviera convencida de antemano. Sólo necesitaba el último empujoncito.

La fortuna quiso que cuando llegó a Bangkok, yo estuviera también ahí y decidiera regresar con ella al campo de refugiados. Eso fue el inicio de una gran amistad -estoy absolutamente segura-. Ha sido una compañera de viaje -y experiencia- perfecta. Sin conocernos de nada, partiendo de cero -o de 0’5, si aquellas dos horas de charla en la Musaraña cuentan para algo-, hemos sabido caminar de la mano, avanzar juntas y complementarnos a la perfección. Ni una pelea. Ni una mala palabra. Sólo confesiones, debates vitales, muchas risas y alguna lágrima.

Ayer se fue. Y anteayer lo celebramos. Yo había conocido a un francés aquella tarde tomando algo en un bar y nos invitó a una fiesta por la noche. Tras una vuelta por el mercado nocturno de Chiang Mai, Lom nos vino a recoger con el coche -él vive aquí, igual que el español que después conoceríamos-. Fuimos a buscar a unos amigos suyos a un restaurante -un gallego, un suizo y el resto thais- y nos movimos a un local con espectáculo en directo para acabar en el Spicy. Qué recuerdos. El antro de más mala muerte de todo Chiang Mai, que el año pasado ya había visitado en un par de ocasiones. Hasta donde recuerdo, lo pasamos bien. Bailamos, bailamos y bailamos. Y acabamos la noche en un chiringuito comiendo sopa de noodles y comentando la jugada.

Aquella noche fue la última con Olga. Ahora toca echarla de menos.