domingo, 9 de noviembre de 2008

Abajo las fronteras

Hace un par de de días tuve que salir hacia Myanmar. Obligada. Nada de turismo u ocio, simplemente pura burocracia. Papeles. Un sello. Una nueva página de mi pasaporte marcada. Un negocio asqueroso que se basa en cruzar una frontera para volver a traspasarla.

Me explico. Se trata de los trapicheos del visado. En Tailandia tienes visa on arrival. Veintiocho días exactamente. Veintiocho: ni uno más -aunque sí los que quieras menos-. Antes de que se acaben debes salir del país. Definitivamente si quieres; sino –que es mi caso- debes perder un día en ir hasta la frontera más cercana y cruzarla en ambas direcciones –sales de Tailandia hacia el país vecino y entras de nuevo, todo en menos de una hora-. Y ya vuelves a tener veintiocho días de nuevo. Francamente estúpido si te paras a pensarlo.

La tontería lo es menos cuando reflexionas sobre el dinero que eso comporta no sólo en Tailandia, sino también en sus países vecinos. En Tailandia el negocio del visa run –ese tipo de trip para renovar el visado- es la ostia. Todas las agencias de viaje lo ofrecen: “Visa run a Mae Sai, 650 bahts, mini van con aire acondicionado, salida a las 7 a.m. y regreso a Chiang Mai a las 5 p.m., le recojemos en su hotel, interesados pregunten en el interior”. En Myanmar, a su vez, te cobran 500 bathts por cruzar la frontera. Quinientos bahts que van directos a las arcas de la dictadura birmana. Mierda. Yo no quiero contribuir a esta basura. Pero no me dejan más opciones. O eso o largarme a Laos, Camboya o Malasia –los demás vecinos de Tailandia-. Pero me quedan bastante, bastante lejos.

Próximo visa run, el 6 de diciembre. Volveré a regalar mi dinero para que vuelvan a acceptarme en territoio tailandés 28 días más. Es una suerte de chantaje. Pero al menos, la próxima vez espero encontrarme más cerca de otra frontera y no darles mis 500 bahts a los cabrones birmanos. No quiero que financien su dictadura con mis donaciones obligadas.