domingo, 25 de octubre de 2009

De Madrid a Barcelona -o al cielo-

Barajas. Doce del mediodía. Tras dieciséis horas de vuelo, nueve horas de escala en London y otro avión mucho más llevadero, aterrizo en la capital. Vuelvo a España. Año y medio más tarde de que la abandonara por un par de meses. Nunca me despedí de ella. Siempre pensé que volvería en breve; siempre supe que iba a tardar en volver. Y tardé. Aterrizo en Barajas, intento concienciarme de la importancia del momento, me obligo a emocionarme sin éxito, creo que debería llorar. Pero no lo hago. El único momento en que me resbalan un par de lágrimas mejillas abajo es al pisar el aeropuerto de London y sentir el frío atizándome la piel -¿Quién me mandaría volver a casa en invierno?-. En Madrid no lloro. En Madrid no me emociono. En Madrid siento que nunca me he ido.

Madrid ha sido una buena idea. Una escala más de mi viaje pero en mi propio país. Un regreso por etapas. Un disfrutar de los placeres españoles sin estar todavía en casa. Madrid ha sido Javier. Callejear por el bullicio de una gran ciudad europea y volver a sentirme parte de ese hormigueo. Madrid ha sido ir de tapas y de vinos, volver a beber agua del grifo, tomar cañas bien tiradas y gin tonics que saben rico. Madrid ha sido volver a llevar ropa de invierno. Volver a pasearme entre obras de arte en la exposición “Lágrimas de Eros”, ir al cine y dejarme absorber por “Ágora”, perderme por las casetas de libros del Retiro. Madrid ha sido mi primera dosis cultural en mucho tiempo. Madrid ha sido, también, escapar de la ciudad y refugiarme en los aires medievales de Segovia. Dormir en un hotel con encanto de Pedraza, comer cordero asado en un asador de pueblo, un paseo entre buitres en la ermita de un santo cuyo nombre no recuerdo. Madrid han sido risas de madrugada. Ha sido volver a mezclarme con el estilo de vida español. Ha sido darme cuenta de lo mucho que lo había echado de menos.

Madrid ha sido Dod. Este post lleva dedicatoria y agradecimiento.