Lo mismo ocurre con las sensaciones que cada uno de sus recovecos imprimió sobre mi cuerpo. Su recuerdo me obliga a sonreír y me escuece a partes iguales. Despierta mi ternura y mi ira simultáneamente. La una por sus habitantes; la otra por todos los que permiten -¿permitimos?- que en determinados lugares del mundo se siga viviendo de esa manera. Y sí, ya sé que es un tópico. Pero no deja de ser menos cierto por ello.
La encrucijada de sentimientos no me ha dado tregua desde que aterrizara procedente de África. Cuando me preguntan si me ha gustado Sierra Leone, respondo con un eufórico “me ha encantado” que pronto me veo obligada a matizar. Adoro la experiencia que he vivido -y sus paisajes y sus gentes- pero ojalá no hubiera vivido nada, si ello hubiera significado que no había nada que contar. Ojalá fuera un país como tantos otros, ojalá no escondiera dramas ni tragedias, ojalá mi experiencia -aunque absolutamente enriquecedora- no hubiera tenido sentido ni lugar.
Regresé de África hace ya cinco días y, sin embargo, creo que no he terminado de regresar. Pero es que… ¿Se puede regresar completamente de África?