miércoles, 26 de agosto de 2009

Miscelánea

El día muere tras el horizonte abriendo en el cielo heridas de color. El viento peina las palmeras, el silencio grita con fuerza, la luna proyecta sombras de terciopelo, los barcos se rinden ante el vaivén del mar. Los ojos se me entelan. Me cuesta respirar. Y no es por la belleza del momento. Es la gripe, que ha decidido instalarse en mi garganta, en mis fosas nasales, en mi cabeza y en mis huesos justo hoy. Justo cuando estaba trabajando más que nunca, justo cuando la avaricia había decidido por mí no tomar ningún día off. Vacaciones obligadas. Y mocos y estornudos y viajes a la nevera a por un trago de agua, una pastilla, un sorbo de jarabe para la tos. Echo de menos a mi madre. Echo de menos que alguien me tome la temperatura, me traiga una sopita caliente a la cama, me tape con una manta si me quedo dormida en el comedor. Me duele la cabeza. Pero no creo que se deba sólo al resfriado. Llevo demasiadas horas delante de la pantalla de este maldito ordenador. Emirates. Air Asia. Easyjet. Air Berlín, eDreams, Rumbo, Viajar. Busco un billete para regresar a casa. Ya he encontrado uno baratísimo -menos de 400 euros con boleto de ida y vuelta a mi paraíso particular-; pero ahora busco uno en el que no deba pasarme 9 horas de escala en Londres a poder ser. No es pedir demasiado, creo yo. Justo ahora se va la conexión. Mierda. La página se ha quedado colgada. Mil veces mierda. Y me pica la nariz: Achís. Salud. Necesito una servilleta. Un segundo, voy a tomar prestada una de la mesa de al lado. Las de la mía, me las he acabado ya. Parece que Internet vuelve a funcionar. ¿Por dónde iba? Ah, sí… eDreams. Las ocho: me toca tomarme el paracetamol. ¿Can I have a glass of wáter? Ka-pun-ka. Ahora suena mi teléfono. Es Big Blue: Hi Jim, no, I can't work tomorrow, still sick, I'm not gonna be able to equalize. Mierda. Otros 200 euros a los que digo bye bye. Qué putada estar jodida justo ahora. Bueno, debería salir del país en una semana porque se me caduca el visado. Quizás pueda adelantarlo unos días y así cuando vuelva ya estaré lista para trabajar. Voy a llamar a Ivo, me suena que él se va mañana también de visa run. ¿Ivo? Yes, is me. U are going to Malaysia soon, right? (…) Fuck! Really??? What I’m gonna do now? (…) Ok, I’ll check it out! Thank u! And get better (él también está enfermo, se ve que hay una pasa de gripe en Koh Tao). Bueno, malas noticias: que Ivo dice que ahora tras seis meses en el país ya no te dejan volver a entrar. Y yo ya llevo diez. ¿Y qué coño voy a hacer yo ahora? De momento poner un S.O.S en Facebook, a ver si alguno de mis colegas de la isla que lo haya hecho en breve sabe cómo va. Establezcamos prioridades, el billete a Barcelona puede esperar. Achís. Salud. Qué mal me encuentro. Voy a mirar la página sobre visados tailandeses, a ver si doy con alguna solución. Bip-Bip. Acabo de recibir un mensaje en el Facebook. Es Soren. Y mira, dice que las cosas se han puesto chungas con el tema de los visados últimamente, que no vaya a Penang. Quizás a Kota Baru o a Kuala Lumpur, pero no a Penang. Dios, qué pereza. No puede ser. No puede ser. No puede ser. Ahora que estaba ganando pasta tengo que ausentarme de la isla. El camarero lleva un rato recogiendo las mesas y mirándome mal. Y vuelve a sonar el teléfono: Matt, ahora no, estoy en medio de un lío tremendo (…) De acuerdo, te llamo en un rato. ¿Oye, estás bien? (…) No, yo no, pero luego te cuento (…) Ok, ciao. Soren me ha pasado un par de enlaces. Si, efectivamente parece que el gobierno tailandés se ha puesto duro. Qué hipocresía. Saben que Koh Tao vive del buceo, que sus instructores son todos extranjeros e ilegales y sin embargo ¿nos ponen pegas para quedarnos en el país? El camarero ya se ha hartado de esperar: me trae la cuenta. Y continúa mirándome mal. Vale, ya me voy. Y ahí van diez bhats de propina. Por todas las servilletas que he gastado y que no venían con el menú.

lunes, 24 de agosto de 2009

En Koh Tao cada día es sábado

Hacía mucho que quería hablar del transcurso del tiempo en Koh Tao. Desde que llegara a aquí, desde que decidiera instalarme, desde que empezara a experimentar como los días me daban esquinazo, como los minutos se comían la luz del día sin tiempo para acostumbrarme a la oscuridad, como los segundos volvían loco a mi reloj, como los meses se relevaban sin descanso en una carrera en la que la última siempre era yo.

En Tao, el tiempo discurre a otro ritmo. Eso es algo que os diría todo el que haya vivido aquí. ¿Pero, por qué? Sigo sin tener la más remota idea, pero a falta de tiempo para reflexionar (si de algo carezco en Koh Tao, tal y como vengo diciendo, es precisamente de eso), decido escribir sobre la obviedad. El tema es que cada vez que miro el reloj en esta isla -siempre, siempre, siempre- aparece en su pantalla la abreviatura “SA”. Sábado, again. Me sonrío y me desespero un poco. Todo a la vez. Otra semana más que se nos va (con sus siete días, sus ciento sesenta y ocho horas, sus alegrías, sus penas, su cervezas en la playa, sus noches tranquilas enfrente del televisor). Otra semana más en mi cuenta de la vida, una semana menos para morder la tierra, una semana menos para reunirme con los gusanos del más acá.

Asusta. Que el tiempo vuele asusta. Y me da tranquilidad. Asusta porque yo no quiero envejecer, como buena Peter Pan. Me calma porque sé que cuando el tiempo corre tras las manillas de mi reloj es porque rozo con las yemas de los dedos las curvas de la felicidad. Cuando la vida pesa, el tiempo también. Cuando la vida es ligera, el tiempo pasa de puntillas a toda velocidad.

Y quizás también sea porque aquí oscurece pronto, porque el concepto fin de semana no existe, porque los días son reversibles, porque cada uno podría intercambiarse por el anterior. O porque no hay estaciones, ni Navidad, ni vacaciones, ni rebajas, ni nueva temporada en la programación.

Sea por lo que sea, mi tiempo vuela. Y yo -en lugar de resistirme- me estoy cosiendo unas alas a la espalda para volar con él.

jueves, 6 de agosto de 2009

¿Cuestión de suerte?

Hay quien dice que me sale todo bien, que tengo mucha suerte, que la vida siempre me sonríe. Yo digo que me sale bien sólo lo que me sale bien, que la suerte me la busco y que la vida me sonríe porque yo le sonrío a ella. Y no creo en el karma ni en que la vida ajuste cuentas dando a todos en función de lo que hacemos -esto que quede claro-. Pero sí creo en que la belleza está en los ojos del que mira. Y los míos, miran en rosa.

Sé que queda muy ingenuo decir que todo puede ser del color que queramos que sea. Pero es cierto. Salvo algunas excepciones -de desgracias demasiado grandes que la mayoría ni hemos experimentado ni vamos a experimentar-, las personas podemos elegir. Elegir si nos quedamos con lo que tenemos o con lo que no tenemos, con lo que nos hace reír o con lo que nos hace llorar, con lo que nos alegra una tarde de domingo o con lo que nos deprime un lunes por la mañana, con el amor que tenemos o con el dinero que no, con nuestro trabajo perfecto o con la casa en la playa que deberá esperar. Todo tiene su blanco y su negro, su cara y su cruz, su noche y su día. Y apostar por uno o por lo otro es cosa nuestra. Yo elijo quedarme siempre con lo que me haga sentir bien. Y si alguna vez, todo es tan horrible que no vislumbro ningún haz de luz al que aferrarme -maravilloso clavo ardiendo que me hace sentir viva-, pego un volantazo y cambio mi devenir.

Cambio, he aquí el secreto. Acción y efecto de cambiar, según la RAE. Medicina contra todos los males, según yo. Y sin embargo, muchos lo temen, lo esquivan, se esconden de él obedeciendo ciegamente al detestable dicho que reza que más vale malo conocido que bueno por conocer. Craso error. Sin cambio no hay avance, ni progreso, ni evolución. Sin cambio, no nos damos ninguna oportunidad. Sin cambio siempre somos los mismos -perfecto si nos encanta nuestra vida, patético si no sabemos lo que es la felicidad-. Yo lo he vuelto a hacer. El cambiar, digo. Y como cabía esperar, ha sido para mejor.

Tal y como se intuía en posts anteriores, la isla me comenzaba a ahogar. Necesitaba aire fresco -además de algo más de dinero, más tiempo libre y experiencia como instructor-. En Coral estaba bien, pero no era suficiente. Quería más. Durante un tiempo intenté ver las cosas positivas -destilar el blanco del negro, la cara de la cruz, la luz de la oscuridad- pero no me sirvió. Y entonces fue el momento, lo supe: tocaba cambiar. Dejé mi trabajo fijo y arriesgándome a pasarme los días tirada en la playa esperando una llamada, me puse como freelance.

¿El desanlace? He trabajado cada día desde entonces, ganando mucho más dinero del que ganaba, con muchas más horas libres y con el lujo de disponer de mi tiempo y poder decir que no. Cada día me llaman un mínimo de dos veces, cada tres días estoy en un centro de buceo diferente, rodeada de gente nueva y de diferentes maneras de trabajar. Ya tengo el aire fresco que necesitaba. Y un nuevo reto por delante: conseguir que mi teléfono no deje de sonar.

Y sí, la suerte vuelve a estar de mi lado. Pero es porque yo siempre he estado del suyo.