sábado, 6 de diciembre de 2008

De la importancia de sentirse guapa

Ya aviso que este post puede parecer superficial, vacío y estúpido hasta el extremo. Puede paracerlo. Pero todos aquellos que hayáis viajado con una mochila a la espalda por un tiempo lo suficientemente largo, estoy convencida de que lo entenderéis.

Aquí lo normal es ir hecha un adefesio sin que a nadie –ni a una misma- le importe. Lo normal, de hecho, es que nunca te lo pantees si quiera. Te levantas por la mañana, escoges entre uno de los tres pantalones que tienes -normalmente limpios sólo dos-, entre una de las siete camisetas –limpias cuatro-, te enfundas los flip-flops de cada día y sales a la calle. No te procupas por combinar colores, ni accesorios ni, por supuesto, del maquillaje. Es cómodo –entre levantarte y salir a desayunar pueden pasar sólo cinco minutos-, pero, periodícamente, a una le cogen crisis de autoestima al más puro estilo occindental. Y lo que no te ha importado en un mes –tu aspecto degradado y perrofláutico-, empieza a preocuparte. Ese día te miras en el espejo y no reconoces a la persona que te mira –con actitud de reproche- desde el otro lado. Y decides hacer algo. A veces ese algo es comprarte toda la cosmética ayurvédica de una pequeña tiendecita –lo hice en la India: compré como 15 frascos de los más diversos productos para mantener a raya todas las zonas de mi cuerpo-, un pintalabios muy rosa capaz de vestirte de fiesta en un sólo trazo –cuando nunca te maquillas, un pequeño retoque puede hacerte sentir la más glamurosa del mundo-, un bikini, una minifalda, una sudadera con cuatro brillantitos que te den un aire más fashion.

Ayer, con la excusa de que me voy para la playa, me compré un bikini, un vestido y algunas camisetas escotadas -he renovado el fondo de mochila, que no de armario-. Con la misma excusa me depilé. Y sin ninguna me hice una limpieza de cutis y un tratamiento facial con todo tipo de cremas, mascarillas y peelings.

Y hoy me siento guapa.