La historia

El campo

Y al llegar al campo, bofetada de belleza. De verde, de agua, de risas, de sol de mediodía arrancando a la escena colores imposibles. El campo es un lugar bello. Por fuera y por dentro. Estéticamente perfecto en sus montañas verdes y frondosas, en su río de destellos plateados, en sus casas de bambú tradicionales, en sus amaneceres de postal, en sus vivos colores, en sus festivales impregnándolo todo. Espiritualmente es todavía mejor. Y no me refiero aquí a rituales, religiones ni opios del pueblo, sino a espíritu como aquello que insufla vida; y allí, de vida, van sobrados. Su desesperante situación, en lugar de amedrentar la esperanza, la espolea, la eleva al cubo, la lanza en forma de amplias sonrisas, de sueños y de ganas. Hablar con ellos ees tomar una lección de humildad, es entender que los sueños no mueren por imposibles, sino por olvidados. Y los suyos no lo están: siguen latentes, vivos, desbordados, presentes en todas y cada una de sus palabras. Creen en la paz -a pesar de estar en guerra-, creen también en la libertad -a pesar de estar amarrados-. Los pequeños quieren ser profesores, periodistas, políticos, médicos. Los mayores, ansian labrarse un futuro lejos de las cadenas que los asen al interior de unas fronteras imaginarias. Algunos lo conseguirían (existen programas para que los alumnos más destacados estudien en el extranjero, así como para familias que son acogidas por países como Canadá, Australia, Estados Unidos o Noruega); lamentablemente, no todos. Pero no importa. Sus ojos desprenden ilusión a cada palabra pronunciada.
Mae Ra Moe: 16.273 refugiados, siete secciones -como barrios-, una distancia entre punta y punta de más de hora y media caminando. Tres escuelas de secundaria, once de primaria, siete guarderías, once iglesias, dos templos budistas, una mezquita, cuatro hospitales, tres restaurantes, varias decenas de tiendas. Un pueblo en el exilio. Una típica aldea Karen de expatriados.
Mi casa

La casa estaba contruída sobre pilares -para evitar inundaciones en época de monzón- y consistía en dos habitaciones, un comedor, una cocina y un cuartito en el que dormían nuestros dos ángeles -pero a ellas les dedicaré otro apartado-. El lavabo estaba fuera, en el patio, y no era más que un agujero en el suelo a modo de letrina y un enorme recipiente de agua del que con un cubo te echabas agua fría encima para ducharte.
Mi cuarto, perfecto. Una mosquitera, una esterilla en el suelo, un par de mantas, una almohada y una vela con la que poder distraer las noches cuando todo era negro ahí fuera -a las seis de la tarde se ponía el sol y no había electricidad más que en algunos puntos muy concretos del campo que cuentan con generadores-. Y, sin embargo, a pesar de las incomodidades, ahí he pasado algunas de las noches más memorables de mi vida. No tiene precio dormir totalmente integrada en la naturaleza, con el sonido del bosque como nana: los grillos, los patos, el río, las ranas, los gallos despertándote a las cinco de la mañana. Y, de tanto en tanto, los susurros apagados de mis dos ángeles al otro lado de la pared de bambú, su vela destelleando entre los tablones, el crujido de sus pasos de camino al baño.
Mis ángeles

Nos emocionaron también. Las dos. Pow December con su llanto desconsolado cada vez que alguien pronunciaba que nos íbamos el viernes. Snow Lay con sus silencios que decían más que mil lágrimas.
Cómo las voy a echar de menos.
Mis alumnos y el Karen Times

Así que decidí montar un diario del campo, el Karen Times, escrito por mis alumnos. Podrían practicar el writing, investigar sobre su entorno, divertirse; y ya intuí que, egoístamente, para mí, podría ser muy interesante. Y lo fue. El primer día les hice una introducción al periodismo, centrándome sólo en los diferentes géneros para que cada uno escogiera el que quería hacer; el resto de días, discusión en clase, trabajo en grupo y la teacher Olga resolviendo dudas. El último día: el resultado final. Aluciné. Sobretodo con algo tan tonto como las viñetas cómicas. Cuatro dibujos que resumen su realidad y su vida, sus ideas, sus valores, sus prejuicios. Juzgad por vosotros mismos.



Como apunte final, subrayar el respeto que allí se tiene al profesor. El silencio sepulcral en clase, la absoluta falta de absentismo escolar, sus "Good morning teacher" y "Thank you teacher" cada vez que una entra y sale del aula. Sus miradas atentas, sus preguntas inteligentes, su hambre de saber, de conocer, de ampliar sus horizontes cercados.
Mi gente


Mis noches
Lo más mágico eran nuestras noches, cuando el sol se ocultaba tras las montañas, sumiendo el paisaje en una oscuridad absoluta tan sólo rota por el resplandor de las velas y sus llamas. Entones, con el día prácticamente terminado y los deberes hechos, los niños y adolescentes del campo acudían a nuestra casa en busca de entretenimiento. Lo más común eran las canciones acompañando la melodía de una guitarra y las confesiones a media luz -los bailes e imitaciones varias sólo cuando estábamos realmente animados-.
Veladas del todo inolvidables.
La despedida
La despedida

Luego fiesta. La última. Una veintena de alumnos apareció por casa. Un par de guitarras, muchas risas y algunas lágrimas. Creo que fue en ese momento en el que decidí que volvería una tercera vez. Y lo sigo manteniendo.
Yo, yo misma y Olga
Siempre he pensado que el que ayuda a los demás, lo hace por si mismo en última instancia. Por egoísmo, por que en ese acto en el que está ayudando encuentra cierto placer -cierta limpieza de conciencia, cierto expiar sus pecados- que le hace sentir bien. Sigo pensándolo y lo digo. No es ninguna demostración de falsa modestia ni de palabrería barata; tengo auténtica fe en ello.
No he hecho nada grande -ni siquiera pequeño-. He hecho lo que egoístamente a mí me apetecía y me hacía feliz. Aunque siempre es mejor ser feliz haciendo el bien que haciendo el mal. Pero eso ya es otra historia.
No he hecho nada grande -ni siquiera pequeño-. He hecho lo que egoístamente a mí me apetecía y me hacía feliz. Aunque siempre es mejor ser feliz haciendo el bien que haciendo el mal. Pero eso ya es otra historia.
Lo dicho, en el fondo -y a pesar de lo que pudiera parecer- sigo siendo una egoista. Una egoista cuyo capricho fue, esta vez, intentar ayudar en un campo de refugiados. Genial capricho.