lunes, 22 de septiembre de 2008

Excursión a las cascadas


Hoy el día ha amanecido radiante. Y yo con él. Como bien manda la ley de Murphy, hoy -que ya tenía en mi haber nueva ropa de invierno- he recuperado las camisetas y las sandalias; hoy, que por reiterada, esperaba la visita del extraño otra vez, él no ha acudido a nuestra cita silenciada.


Pero la visión sobre su mesa vacía no me ha deprimido -estará en otra ciudad, en otra mesa, cerca de otra chica que lo mirará y especulará sobre quién, cómo y por qué-. Muy al contrario. He entretenido el desayuno con un viejo-nuevo amigo. No soy capaz de reproducir su nombre por complicado, pero ya llevamos varios días conversando, compartiendo tes y practicando tai-chi en el terrado. Un hombre interesante: ex-monje tibetano, actual hombre de la limpieza del hotel y futuro hombre casado. He esperado a que acabara su turno de mañana y nos hemos ido de excursión a unas cascadas que se hallan cerca de Bagshu. Marjin, una holandesa que he conocido por casualidad, nos ha acompañado.

Ha sido un paseo regular -ni decepcionante ni maravilloso-, pero lo he disfrutado. Sobre todo, por la compañía de la holandesa y del tibetano. El segundo, hacía chistes sin parar; la primera, hace sólo una semana que viaja -se quedará 7 meses- y me he visto reflejada en su ilusión, en sus planes, en sus ganas, en su entusiasmo. Así era yo cuando, hace año y medio, emprendía mi primer viaje en solitario. Yo también me paraba ante cualquier paisaje, miraba al infinito y suspiraba; yo también escuchaba el silencio, apreciaba cada piedra del camino y le sonreía a los pájaros. Ahora lo hago menos. Aunque cuando me pongo, lo hago. A menudo, necesito repetirme muchas veces donde estoy y lo afortunada que soy para valorarlo. Es lo que tiene el acostumbrarse a algo.

Por un momento he envidiado la virginidad de la holandesa -¿viajeramente? hablando-. Acto seguido he pensado que no, que a ella le quedan muchas lágrimas por verter que yo, por suerte, ya he derramado.

(Al regresar de las cataratas nos ha diluviado. Mierda. Luego el cielo se me ha derrumbado encima en forma de enormes pedruscos de hielo que casi agujerean mi chubasquero. Mierda, mierda. Para acabar, se me ha cagado encima un pájaro).