miércoles, 1 de octubre de 2008

Pancho Pantera (o excusas para no escribir)

En el título de este post he tomado la parte por el todo -¿cómo se llamaba esa figura retórica?-. Resumir mi primer día en Delhi con este nombre digno de telenovela latinoamericana -o de sheriff malo de película de serie B- no es del todo justo. Pero Pancho Pantera existe, se hizo un hueco en mi día de ayer y quiero rendirle homenaje como se merece. Sin embargo, el personaje en cuestión no aparecerá hasta caer la noche -si bien es cierto que tuvimos una primera toma de contacto por la mañana, mientras me tomaba un chai con Matt en pleno Paharganj-.

Recordemos que ayer llegué a Delhi. Recordemos también que ayer me reencontré con Matt, con el resort -mi cuchitril en Paharganj ya para siempre bautizado así por Javier- , con el caos, los pedigüeños, el tráfico loco, los cláxones, la basura y el perfume a orín de la calle donde se halla mi guest house. Una postal a priori poco apetecible. Y, sin embargo, ayer la abordé con ganas. Las inmundicias de Delhi saben a gloria a veces -y también sus cafés con helado y doble topping de chocolate en Baristas, para qué engañarnos-. Ayer era una de esas veces.

Pasé el día intentando escribir y sin poder lograrlo. Primero porque Matt debía hacer algunos recados por la ciudad y me pidió que lo acompañara. Me quejé un poco pero tras canjearle mi compañía por un masaje de hora y media, acepté encantada. Nos montamos en su moto y recorrimos la ciudad. Volví a recordar como es Delhi desde dentro. Desde dentro en el sentido más literal de la palabra: siendo una de ellos, allí, en el medio de todo, entre rickshaws, coches, vacas, indios acarreando lo inimaginable en sus cabezas, motos que se te paran al lado para echarte un vistazo rozando el accidente. Le sonreí al tráfico, al ruido, a la contaminación que muchas otras veces me ha hecho huir de la ciudad escopeteada. Y recordé las palabras de Javier cuando me dijo que yo había nacido para esto, que bastaba con verme sonreír entre los escombros para saberlo. Es una falacia bonita. Tengo que reconocer que hay días para todo, que no siempre sé cómo hacerlo.

Estuvimos sobre la moto toda la mañana, hasta que esta se proclamó en huelga y dejó de funcionar. La moto corría, pero poco a poco se fue descuajaringando y al final dejó de funcionar el claxon. Y en Delhi puedes circular sin intermitentes -nadie los usa- pero jamás sin claxon. Pitar es la manera de advertir a los demás de que estás ahí, de que vas a pasar, de que te acercas. Nadie mira por el retrovisor. Llegar hasta el mecánico fue peligroso. But we got it.

Por la tarde, todavía empeñada en escribir algo decente, dejé a Matt y me fui a Cannougth Place. Entré en Baristas con mi portátil, lo conecté… pero tener un lab-top enano en ciertas circunstancias puede ser de lo más peligroso también: todos quieren saber cuánto cuesta, dónde lo has comprado, si va bien. Para hacer amigos es fantástico, para trabajar es algo peor. Tras varias interrupciones desistí y regresé a Paharganj.

Y aquí es donde entra en juego mi amigo Pancho Pantera -sé que lo estabais esperando-. Cenaba con Matt en un chiringuito y Pancho, que busca hispanohablantes desesperado -porque no habla ni pizca de inglés-, nos vio desde la calle. Entró, se sentó con nosotros y el tiempo empezó a correr. Es mexicano, luce rastas, le falta un diente y cuenta que vive de subir a los autobuses y cantar con su guitarra entreteniendo al personal. Dos Kingfisher más tarde me reía con sus historias. Tres Kingfisher después le había cogido cariño. Tras otras tantas empecé a odiarlo: la resaca del día siguiente me iba a volver a inhabilitar para escribir nada decente.

Doy fe. Ya es el día siguiente y sigo sin escribir. Hoy me escondo: ya estoy con un irlandés -con todo lo que eso implica a nivel alcohólico-; sólo me falta Pancho para animarnos a beber.