viernes, 16 de octubre de 2009

Koh Tao, hola y adiós

De regreso en Koh Tao, la calma se instala en mi vida. Pero no es sólo una calma de “hogar, dulce hogar”, de “se acabó”, de “lo que me he sacado de encima”. No es simplemente un suspiro de alivio. No es únicamente pegarse una ducha, ponerse ropa cómoda y desmayarse en el sofá. Es algo más. Es una extraña calma que anuncia tempestad. Lluvia de recuerdos, truenos de risas lejanas, relámpagos como flashes de instantáneas empolvadas, tormenta emocional. Es una calma que avecina altos y bajos. Una calma puente: de las emociones del pasado a las que me embargarán con mi inminente viaje a España. Una calma jueves. Una calma que separa. Una calma que se instala entre dos grandes momentos de mi vida: Koh Tao y Barcelona. Mi isla adoptiva y mi tierra natal.

Estoy introspectiva. Y cuando estoy así, me da por añorar. Echo de menos a todos y cada uno de los que han compartido conmigo algún momento de estos trescientos siete días. Echo de menos las tres casas en las que he vivido, los cuatro colchones en los que he dormido, los cientos de porches en los que me he sentado a ver la tarde morir. Echo de menos la eterna carcajada de Imma -y sus broncas, sus llamadas constantes, sus macarrones a la boloñesa, sus bailoteos, sus ideas descabelladas, su energía sin fin-. Echo de menos el abrazo reconfortante de Josi. Echo de menos a Tim. Echo de menos los atardeceres rojos, las lluvias torrenciales a través de la ventana, el sol radiante, el viento como lobo enfurecido queriendo derrumbar a soplidos las paredes de mi bungalow. Echo de menos mis días de DMT. Echo de menos las cenas de cumpleaños, las copas de bienvenida, las fiestas sin motivo ni razón. Echo de menos Shark Bay, echo de menos Aow Leuk, echo de menos Hin Wong. Echo de menos los madrugones para coger un barco, conducir mi moto cuando el día amanece y ser testigo privilegiado de la luz arrancando colores imposibles a los cocoteros que despiertan a mi alrededor. Echo de menos las Shingas. Echo de menos el crispy pork with curry con, por supuesto, one fried egg on top. Echo de menos los cuentos de Pata -cuando se deslizaba a mi lado en la cama, me acariciaba, me contaba historias inventadas y me daba calor-. Echo de menos Chumphon. Echo de menos mi hamaca, el verde, García Márquez y el tiempo detenido en mi reloj. Echo de menos a los tiburones ballena. Echo de menos saltar al agua y sentir emoción. Echo de menos a Dani. Echo de menos mi trabajo de Dive Master. Echo de menos mis días en el curso de Instructor. Echo de menos el Muay Thai, el wake boarding, los intentos de escalada, los días de caminata bajo el sol. Echo de menos los ojos achinados Eveliina -y su sonrisa subacuática siempre liderando cualquier inmersión-. Echo de menos mi mosquitera verde, mi dry bag roja, mis sandalias sin forma ni color. Echo de menos caminar descalza. Echo de menos a Mónica -mi amiga, mi cómplice, mi hermana mayor-. Echo de menos a algunos de mis estudiantes. Echo de menos los batidos de frutas. Echo de menos las noches tranquilas de “Mujeres Desesperadas” o de “Sexo en Nueva York”. Echo de menos los geckos. Echo de menos a Silvia y nuestras conversaciones sobre pelos, mocos, granos o temas cuanto más escatológicos mejor. Echo de menos el Lotus. Echo de menos dormirme con el silencio de la jungla rugiendo a mi alrededor. Echo de menos mi cama. Echo de menos despertarme con la luz del día entrando a través de la ventana cual ladrón.

Hasta pronto, Koh Tao. Barcelona me llama. Pero en poco más de un mes volveré a mi isla de adopción. Hasta entonces, cuídate -que el monzón no te hunda las raíces en la escarcha-; yo prometo no dejarme comprar por las benevolencias de mi patria. Prometo volver a ti con más matices en el alma, con más colores en los ojos, con más arrugas en el corazón.

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