Me hallo aquí de nuevo, en el lugar con el que llevaba meses soñando, en las calles que evocaba cuando el hastío me atrapaba en Barcelona, en el país cuyo nombre me suena a juego y a promesa. Tailandia. No me digáis que no tiene una sonoridad divertida, de país que hay que tomarse a broma, de desparpajo, de ficción, de nombre que no existe en ningún mapa más que en el mapa del tesoro de algún pirata extraviado. Tailandia siempre me ha sonado así: a ciudad de ficción de alguna novela de aventuras. Bangkok también. Suena a divertimento. Y para mí siempre lo ha sido.
He vuelto. Y el llegar aquí procedente de India, ha distorsionado un poco mi entrada. Bangkok es fascinante -lo sé- pero esta vez la encuentro mucho más sosa, más limpia, más vacía, más ordenada. Y es por contraste con India. Los tailandeses son también mucho más simpáticos, sonrientes, hospitalarios y atentos de lo que recordaba. Es una mala jugada de mi mente. Un día atrás estaba en India y, a su lado, Tailandia es casi Europa -sin el casi quizás-.
Me siento rara. Contenta -rozando la felicidad extrema y la emoción: ayer, de hecho, bajando a la ciudad en taxi desde el aeropuerto, se me escaparon un par de lágrimas-, expectante, tranquila. Me siento de nuevo en casa. Voy recordando sensaciones que tenía olvidadas. Imágenes, sonidos, olores que había echado de menos, a veces sin saberlo, otras imaginándolos a propósito como vía de escape en noches de insomnio tirada sobre mi cama: el olor de los puestos de comida callejera, los 7 Eleven, los carteles luminosos de Kao San Road, la música de los carritos de helados, los taxis rosas, la Tom Yam Soup, los templitos por todas partes, los Sawaidii y los kapunka, los batidos de frutas, las Shingas, las vendedoras de ranas musicales, las guiris de camisetas escotadas. Es un suma y sigue. Lo sé. Seguiré recordando y reencontrándome con mi pasado a cada minuto en mis próximas horas, en los próximos días, cuando vuelva a mi isla, cuando recorra con la vista lugares en los que ya hice posada.
Y la suerte sigue de mi lado. Esta mañana, caminando por Soi Rambutri he escuchado que gritaban “¡Guapa!”, en castellano. Me he girado y he visto a Jose, el mallorquín que conocí en Dharamsala. Qué pequeño que es el mundo -la vida me demuestra cada día la veracidad de esta máxima-. Tomaba unas cervezas con un madrileño, me he unido a ellos y esta noche cenaremos juntos. Así da gusto volver a casa.
2 comentarios:
Nos alegramos por ti.....en el fondo tanto encuentro es el control que tienes puesto por la vida para evitar que te hundas y que puedas seguir adelante con tu viaje sin fin.....ese viaje lleno de experimentos,encuentros,despedidas,de hola,que tal y nos veremos por ahi.
Me produce una envidia cochina tu manera de escribir,es como estar contigo a pesar de los pocos miles de kilometros de distancia.
Cuidate,disfruta de Kao San Road y tomate una shinga a nuestra salud.
HASTA PRONTO !!!
Kiero ver al mallorkín!!!!
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