martes, 14 de junio de 2011

El dios de las pequeñas cosas

Contaba un buen amigo que el día que supo que se había hecho mayor estaba borracho. Se había tomado unas cuantas copas de más en un ático de la capital del reino en compañía de algunos colegas cuando, de repente, cayó en la cuenta de que ya no era tan joven como sentía / pensaba. Se quedó absorto, mirando los edificios que ensuciaban el horizonte urbano, mientras las voces de sus amigos se evaporaban como en un sueño. Los demás siguieron a lo suyo, completamente ajenos a lo que le ocurría a mi amigo, hasta que alguien se dio cuenta de que el silencio de Dod -llamémosle Dod- se estaba alargando algo más de lo normal. Y Dod no era de los que acostumbraban a estarse callados, a un lado, sin hacerse notar. Entonces, todos lo miraron. Sus ojos tenían un punto de terror nada habitual. Cuando uno de sus mejores amigos le preguntó que qué era lo que le pasaba, él sólo contesto: “Me acabo de dar cuenta de que ya no estoy a tiempo de ser astronauta, futbolista ni bailarina. Me he hecho mayor.”. Los demás rompieron a reír sin entender la magnitud verdadera del drama. Yo siempre he pensado que es de lo más elocuente que jamás voy a oír.

Últimamente tengo muy presente esta anécdota. Dod se dio cuenta de que había crecido porque ya no estaba a tiempo de hacer ciertas cosas; yo por saber que todavía me quedan algunas por hacer. Y no me refiero aquí a disparates marca de la casa -que de esos ya no me quedan apenas espinitas por sacar- sino precisamente a lo contrario. Me explico. Siempre he vivido a lomos de una montaña rusa. Haciendo mil cosas, yendo de aquí para allí. Muy bonito. Precioso. Ha estado realmente bien. Pero hoy siento que quiero otras cosas. Otras cosas más pequeñas, más cotidianas, más veraces. Y es el anhelo de esas otras cosas -pequeñas, cotidianas y veraces- el que me lleva a pensar que me he hecho mayor. Como el que supera su etapa de amores adolescentes y se siente preparado para establecer las bases de una bonita relación.

Hoy, más que nunca, siento que el dios de las pequeñas cosas está junto a mí. No me ha hecho falta ni invocarlo. Ha aparecido solo, como por arte de magia -y nunca mejor dicho-.

El dios de las pequeñas cosas es alguien junto al que la vida se torna más leve.

El dios de las pequeñas cosas es alguien que me mejora, que me suma, que me embellece.

El dios de las pequeñas cosas es alguien que tiene el don de soplar el tiempo para que vuele.

El dios de las pequeñas cosas regala rosas que no significan “felicidades” ni “perdóname”.

El dios de las pequeñas cosas es amigo, es compañero, es cómplice.

Al dios de las pequeñas cosas le gusta caminar despacio mientras llueve.

El dios de las pequeñas cosas no juega a adelantarme, a ganarme ni a perderme.

El dios de las pequeñas cosas no necesita hacerme sufrir para que me quede.

Prometo honrarle, respetarle (y sorprenderle).

8 comentarios:

Neus dijo...

Sempre q et llegeixo trobo un reflexe de mi mateixa en tu. Ja sigui present, passat o futur. I m'encanta :)

Olga Moya dijo...

Neus, bonica! Suposo que tot i que parlo en primera persona, tracto sentiments, situacions i pensaments molt universals que tots sentim / vivim /pensem en un moment o altre. Això i que les dues som força iguals en algunes coses! Com va per NY?

Esperanza dijo...

Soy Feliz viendote feliz a ti. Donde alguien cierra una puerta Dios abre una ventana, para renovar un aire viciado o simplemente para ver la grandeza que llevas dentro.

Te quiero

Olga Moya dijo...

En este caso, el azar (ya sabes que lo prefiero a Dios) cerró una ventana para abrirme una puerta. Besitos mami!

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

No hace falta invocarlo, Olga, aparece.


Si tienes sensibilidad aparece y el detonante puede ser cualquier menudencia.

Esos pequeños prodigios son la esencia de mi vivir.

Gracias.

Neus dijo...

Tot bé per NY, no em puc queixar. Però t'avanço que ja començo a pensar en la marxa... Koh Tao comes next (again) ;D

Don Rigodon dijo...

Recuerdo cuando siendo niño –aquella época en la cual las cosas se perciben con otros ojos- pasé toda una tarde de verano jugando en la casa de un amigo de la infancia. Llegada la noche, el padre de este quiso entablar una conversación conmigo, a lo cual le respondí, con tono apresurado, que debía irme corriendo a casa porque se había hecho tarde. Él me miró fijamente a los ojos, y con una sonrisa entre burlona y tendenciosa me respondió: ¿por qué te preocupas tanto del tiempo? Si al fin y al cabo, ¡el tiempo es un invento del hombre!

Aquella frase me fascinó. Nunca antes me había detenido a reflexionar sobre la propia concepción del tiempo; como una combinación entre algo mágico e irreal. De repente, algo banal se había convertido en transgresor. Y desde aquel día, jamás dejé de fantasear acerca de la misteriosa voluptuosidad con la que el tiempo nos rodea.

No cabe duda de que todos hemos percibido alguna vez la variabilidad juguetona con la que se deslizan los minutos. Yo no concibo los años como algo lineal, sino como una variable que, más que la física de la naturaleza, la moldea nuestro propio cerebro. Y aquí es donde llegamos al mismo punto de partida de siempre: ¡nosotros mismos! Vivir una larga vida o una más corta no depende de los años que vivamos, sino del tiempo que nuestra mente vaya depositando en nuestro interior. ¿Cómo transcurrió el tiempo cuando disfrutabas viajando, viviendo experiencias nuevas, con tu mente expectante y acuciante? ¿Cuántas vidas viviste en una sola? ¿Qué dulce sedimento dejó en el fondo de tu corazón?

Una vez leí que la vida se debería vivir dos o más veces, para así tener la oportunidad –la única cierta y verdadera- de poder elegir cómo vivirla. Sin embargo, una única realidad se construye a nuestro alrededor, dejando atrás infinitos posibles universos paralelos. Pues bien, yo deseo esta realidad, la que me ha llevado hasta ti. Y doy las gracias por estar viviendo este particular universo junto a tu lado.

A veces uno suma más que tres y medio. Y a veces, treinta y uno es el kilómetro cero de un mundo nuevo. Feliz cumpleaños.

Olga Moya dijo...

- "Entonces... ¿a partir de ahora dirás que has estado enamorada tres veces y media? - Preguntó él.

- "No, diré que lo he estado sólo una" - Dijo ella.

Te quiero