martes, 24 de marzo de 2009

La vida después de...


Otro contratiempo me ha tenido fuera del agua unos días -esta vez una infección en la pierna, con cirugía incluída-. Y en el fondo, no me ha importado demasiado. Por un lado sí -he pagado una pasta por este curso y no estoy buceando todo lo que me gustaría-, pero por el otro, a las fiestas, las tardes de playita y las cervezas sin remordimientos consabidas, se añade el hecho de alargar el DMT. No quiero acabarlo. A medida que veo el final del curso más y más cerca, se acrecentan las ganas de no acabarlo jamás. Me gusta mi rutina hoy en día. Me gusta pasarme el día a pie de playa, en el barco, bajo el mar. Cuando lo acabe, deberé tomar una determinación. Deberé decidir si me quedo o me voy: si me quedo, haciendo qué; si me voy, hacia dónde. Y me gustaría quedarme, pero lo encontrar trabajo de Dime Master no es tan fácil como yo creía cuando inicié el curso. Conozco a muchos que llevan meses buscando. El español juega a mi favor. Tener dos lenguas en esto -como en todo- es determinante. Pero, aún y así, el tema está mal.

Y no me quiero ir. Eso lo tengo bastante claro. Tengo mil razones para quedarme y tan sólo un puñado para reprender mis pasos de regreso a casa -ver a los míos, comerme un buen plato de paella, perderme en la atmósfera humente de una café de Gracia- o de huída hacia cualquier otro lugar -nuevas experiencias, nuevos retos, nuevos senderos por los que caminar-. Las de quedarme, sin embargo, pesan más. Ahí van:

a- Soy feliz. Creo que he encontrado mi lugar en el mundo. Al menos, hoy por hoy. Levantarse de cada treinta días, ventinueve bien, no tiene precio. Siempre existe la mañana en la que la vida te pesa y, sin saber por qué, Koh Tao no te acaba de convencer. Pero eso es algo que me pasará esté donde esté. Y en otro lugar, el porcentaje de días apagados, grises, deprimentes y aburridos siempre será mayor. Koh Tao es un regalo. Y todavía lo estoy abriendo.

b- Quiero seguir buceando de forma continuada. Quiero trabajar en esto una temporada y adquirir más experiencia. Quiero que mi día a día sigan siendo el mar, los peces, la cubierta de un barco. Quiero seguir dorándome la piel. Quiero seguir caminando descalza. Quiero amortizar mi equipo de buceo. Quiero que mi cabello siga oliendo a sal, mi cuerpo a coco, mis piés a playa.

c- He encontrado una casa que me encanta. Adoro la de ahora, pero las cacas de geckos por todas partes, los mosquitos, las tarántulas, los escorpiones, me quitan la energía en ocasiones. La que me han ofrecido ahora es una maravilla. Una habitación con dosel, televisión, armario y mesita, cocina completamente equipada y baño con agua caliente -todo un lujo en Koh Tao-. Todo por ciento cincuenta euros al mes, moto incluída. Tiene un porche enorme, además, y está situada en la cima de una colina. Queda libre el uno de mayo.Y yo quiero vivir ahí. Sola, por primera vez en mi vida.

d- Ahora que tengo amigos aquí, no quiero dejarlos. Muchos se irán en breve; otros se quedan. Por primera vez en mucho tiempo, como ya he comentado en alguna ocasión, me siento parte de una gran familia lejos de casa. Esta vez, no quiero ser la hija pródiga que se marcha lejos. Me apetece quedarme cerca de los que también se quedan. Y estar aquí para cuando vuelvan los que se marchan.

e- Los últimos días he conocido también a muchos hispano-parlantes residentes en la isla y que me hacen sentir más cerca de casa. A Mónica -mi argentina favorita- e Inma -mi única catalana- se añaden Rubén, Jordi, Dalia, Pata y tantos otros. Adoro nuestras fiestas latinas, nuestras conversaciones sin esfuerzo, nuestra complicidad, nuestras risas, nuestras idas de olla, nuestras veladas.

f- La gente pesa, pero nadie lo hace tanto como los amigos que vienen en breve: Dani, en apenas tres semanas; Matt cuando se decida a comprar el billete. Reencontrarme con gente a la que quiero de veras en esta esquina del mundo y compartir con ellos unos meses, no tiene precio. Cómo voy a irme yo ahora que llegan ellos.

Y el sol, el buen tiempo, los cocoteros, los zumos de frutas, la hamaca, los bailes sobre la arena de la playa y los sonidos de la jungla hacen el resto.

jueves, 12 de marzo de 2009

El extraño incidente de Olga a media mañana

Hacía mucho que no me pasaba ninguna de las mías. Ya sabéis a qué me refiero -algunos, muy acertadamente, las habéis bautizado como olganécdotas-. Esas situaciones que sólo pueden pasarme a mi. Entre graciosas y penosas, ridículas, histriónicas, delirantes.

Seis y media de la mañana, Koh Tao. Tras haber preparado todo lo que necesitamos para el barco y los dos buceos con el resto DMTs, me fumo un cigarrillo a pie de playa. El Dive Master se me acerca y me dice si puedo hacerle un favor: liderar a un grupo, ya que tienen muchos fun divers esa mañana. Mi ingenuidad me lleva a pronunciar un sí sin muchos reparos. He liderado en un par de ocasiones, la última ayer, y no fue mal del todo -mi único error fue ir quizás demasiado rápido, un error muy común entre principiantes, de otro lado-. Así que digo que sí, sin pararme a pensar que ayer fue bien en parte porque lo hice en Chumpon, dive site que me conozco como la palma de mi mano. Hoy era en South-West. Sólo había estado en dos ocasiones pero pensé que no habría problema, que con la brújula todo iría bien.

Me presentan a mis dos fun divers, una pareja auntraliana. Advanced. Doy el briefing. Hasta aquí todo bien. Saltamos al agua. Nadamos hasta la boya. Empezamos a descender. Bueno, empiezan. Yo sigo flotando en superfície. No entiendo el por qué. De repente caigo: he olvidado ponerme el cinturón de plomos. Mierda. Los nervios. Mierda. Mierda. Mil veces mierda. Me tranquilizo. Paso de volver al barco. Por suerte llevo un par de pesos en el chaleco. Si me concentro, habrá suficiente. Consigo descender. Primer contratiempo.

Llegamos al fondo y empiezo a guiar. Estamos en la boya este, así que debo nadar hacia el oeste. La visibilidad es una mierda, tres metros a lo sumo. Pero todavía no me preocupo. Llego a uno de los pináculos, lo rodeo, me encuentro con otros grupos de Big Blue, los saludo. Estoy bien encaminada. Pero de repente, aparezco en medio de ningun lugar. Yo sigo tirando para el oeste, pero ahí sólo hay rocas pequeñas y a mucha profundidad. No encuentro los pináculos. Estoy completamente perdida. Y la visibilidad cada vez es peor. Sigo hacia el oeste, rompiendo al norte y al sud para ver si encuentro los rocones. Pero nada. Veo un par de groupers gigantescos. Los muestro al grupo. Eso salva de momento la situación. Luego, aparecen unos bancos enormes de barracudas gigantes. Cool. Pero sigo perdida. Y, sin darme cuenta, la respiración se me ha acelerado. Miro mi aire: baja a velocidad de vértigo.

Al final, no sé como, consigo encontrar la piedra principal, completamente cubierta de anémonas. Veo de nuevo buceadores y me relajo. Pero al comprobar mi aire de nuevo, me llevo un susto: me quedan sólo cincuenta bares. Mierda. Justo ahora que encontramos la zona que buscaba, toca retirarse. Medito. Creo que encuentro la solución. Le digo a otra DMT que hay por allí que se haga cargo del grupo unos minutos más -hasta que ellos lleguen a cincuenta-, que yo debo regresar al barco antes de que se me acabe el aire. Hasta aquí, otro contratiempo.

Pero queda la parte más ridícula. Me queda poco aire y podría subir directamente a superfície sin necesidad de llegar a la boya, de no ser por el problema con mis pesos. Sólo llevo un kilo seiscientos gramos y el tanque casi vacío, corro el riesgo de subir a superfície como un globo cuando intente hacer la parada de seguridad a cinco metros. Mierda. Toca buscar la cuerda, pues. Miro la brújula y me dirijo hacia el este. La boya aparece ante mi como un milagro. Thanks God. Me agarro a la cuerda y subo hasta los cinco metros. Me dispongo a hacer la parada de seguridad. Mi ordenador marca cuatro minutos, en lugar de los tres que debería marcar. Por lo visto he subido muy rápido. Me quedan sólo treinta bares. Me encuentro a Oskar, un instructor sueco de mi centro, haciendo la parada de seguridad con su grupo. Me pregunta si estoy OK, se extraña de que esté sola pues sabe que lideraba a un grupo esta mañana. Le digo que sí. Tras treinta segundos me arrepiento y le enseño mi manómetro para que vea que me queda poco aire. Me da su octopus y respiro tranquila -nunca mejor dicho-.
Pero es una imagen penosa: la guía de un grupo respirando del regulador de otro. Esa soy yo.

miércoles, 4 de marzo de 2009

En ocasiones


En ocasiones, la vida normal se me olvida. Se me olvida lo que es coger un metro a las ocho de la mañana, se me olvidan los chillidos de la vecina del tercero en el patio de luces, se me olvida el ruido de los coches despertándome del sueño. Se me olvidan los domingos de paella en casa de mis padres, las escapadas de fin de semana a la Costa Brava, las tardes en el gimnasio, la sensación de volver de noche sola caminando por Gracia. Se me olvida lo que cuesta una peli en el cine -con sus palomitas, sus golosinas y su chocolate reglamentarios- y el café de después en el bar de la esquina para comentar la jugada. Se me olvida cómo suena el blues en directo, cómo está Plaza Calalunya por la Mercé, cómo es Barcelona en invierno. Se me olvida cómo luce un armario con ropa para cada temporada. Se me olvida cómo maquillaba mi cara, cómo caminaba con tacones, cómo me quedaban los chaquetones y las bufandas. Se me olvida el placer de tomar el primer aperitivo en una terraza con un sol de primavera recién estrenado. Se me olvida qué es no saber vivir sin teléfono móvil. Se me olvida lo que es esperar esa llamada que no llega, montar una reunión de emergencia con algún amigo y quedar desahogada. Se me olvidan los sábados noche, los domingos tarde, los lunes por la mañana. Se me olvida lo que es que recurran a mi a horas intempestivas buscando ayuda y acabar animando a esa persona urdiendo mil ideas descabelladas. Se me olvidan las tardes de confesiones, el ansia con la que esperaba aquella cena para verlos a todos, los mensajes a medianoche, los “Te quiero”, las risas en la mejor compañía, la complicidad, las miradas. Se me olvidan los abrazos de verdad, los hombros sobre los que llorar, las palmaditas en la espalda. En ocasiones -y muy a mi pesar-, se me olvida que el amor lo tengo en casa.

Vivir como vivo tiene mil cosas buenas; pero también algunas malas. Esa es una de ellas. Estar siempre de paso y cruzándote con gente que también lo está, no permite profundizar en las relaciones humanas. Lo cierto es que no me había dado cuenta de que lo echaba de menos, hasta que he vuelto a tenerlo y he caído en lo mucho que lo había echado en falta. Como dice Salinas en mi poema favorito: “Tu evidencia es el filo con que me hiere el abrazo”. Hasta que no me he fundido de nuevo en ese abrazo -sincero, verdadero, reparador- nunca había temido tanto volver a perderlo, ni me había percatado de lo mucho que lo necesitaba.

Por primera vez en mucho tiempo, me he quedado quieta. Y eso -al hilo de lo que vengo contando-, significa que me he regalado un poco de tiempo para superar la barrera de los “amigos” de copas y risas, y poder conocer a la gente con un poco más de calma. Y tras casi dos meses en la isla, he recuperado esa sensación de tener un círculo de gente en el que mi persona importa más allá de lo que haré mañana. Vuelvo a saber lo que son los besos porque sí a los que en mi vida real estoy tan acostumbrada. Los mensajes de “Gracias por haberte conocido”, los cafés con una amiga para explicarle las últimas novedades del chico que me hace gracia, las reuniones de emergencia cuando alguna de nosotras necesita una charla. Vuelvo a saber lo que se siente fundida en ese abrazo larguísimo que te inyecta energía para toda la jornada. Lo que son las noches de chicas mirando películas y comiendo cochinadas. Las llamadas a todas horas, las confesiones, la mirada cómplice entre cientos de miradas.

Y los abrazos tienen nombre propio: Josi y Evelina. La una suiza, la otra finlandesa. Dos pilares del resto de mi vida. O, como mínimo, del resto de nuestros días en Koh Tao. Y habrá más, estoy segura. Pero ellas dos son las que han calado más profundo de momento. Otras y otros, están ahí ahi -Fabio, Tim, Catriona-. Preparando su abrazo verdadero. Y yo lista para recibirlo.