jueves, 27 de noviembre de 2008

Las niñas de mis ojos

Asia se tambalea. Se sacude, se agita, se pierde y no se encuentra. Mumbai hoy tiene la forma deformada de un grito de Munch contemporáneo, el silbido de las balas de un western americano, el tacto de la metralla, el sabor salado de la sangre fresca, el olor de la pólvora quemando. Bangkok se tiñe de rojo alerta -si se cierran bien los ojos y se abren las orejas uno puede oir el timbre de las alarmas confundiéndose con el griterío desbocado-, se viste de lemas y banderas, de incógnitas, de miedos, qué será, de interrogaciones, dudas y aciertos. Mumbai intenta cerrar capítulo; Bangkok lucha por no abrirlo. Lo que en una es futuro, en la otra es recuerdo. Mumbai ya ha escrito una página más de su historia -desafortunada, por supuesto-, mientras que Bangkok sigue en ello.

Lo de Mumbai no tiene nombre. Desperté ayer con la noticia y todavía me estoy reponiendo. Si bien es cierto que en India los ataques terroristas son, por desgracia, bastante frecuentes, no es menos verdad que no acostumbran a ser de esta embergadura y que apenas nunca tienen como objetivo a turistas. Pero esta vez sí. Esta vez se centraron básicamente en dos de los hoteles más lujosos de la capital financiera india y además se recrearon reteniendo rehenes -algunos occidentales-. No es que la desgracia me importe más si hay occidentales de por medio -para nada, y tampoco me importa un huevo si estaba Esperanza Aguirre o Ignasi Guardans, osea, que lo siento por ellos, pero lo siento lo mismo que por cualquier otro anónimo que haya tenido que vivir ese inferno-, simplemente es que no es habitual este modo de proceder. El primer misnistro indio ha declarado que los terroristas han contado con vínculos externos. Yo no lo descartaría. Me recuerda al 11-M, cuando se nos decía que era ETA y cantaba a leguas que no, porque el modus operandi no correspondía con el de los vascos. Aquí también huele a chamusquina –y no es ninguna broma de mal gusto-.

Bangkok es otra historia. Los altercados que se están produciendo en varios puntos de la ciudad no son más que el embrión de lo que podría ser. Los dos aeropuertos continúan tomados por los simpatizantes de la APD (Alianaza del Pueblo por la Democracia, el partido conservador que persigue la dimisión del PPP, el actual gobierno) y siguen sumándose heridos y muertos por ataques en diversas sedes gubernamentales y cadenas de televisión. Las vías aéreas desde la capital están cerradas a cal y canto: no se puede enrtrar ni salir de Bangkok. La situación es grave. La amenaza de golpe de estado es inminente y el ejecutivo ya ha declarado el estado de excepción, en el que se espera que sea la policia la encargada de desalojar a los manifestantes, ya que las fuerzas armadas se han puesto del bando contrario y su máximo responsable se ha sumado a la petición de cesión del gobierno. Un líder de la revuelta, a su vez, ha amenazado con extender los altercados a todo el país en el caso de que la policía intervenga.

No sé cómo acabará todo esto. Hace dos días me reía de las noticias y de sus alarmantes informaciones. “No conocen Tailandia”, pensaba, “en este país estas cosas no prosperan porque la gente cree demasiado en la monarquía y, en realidad, el gobierno que tengan les da más o menos igual”. Me equivocaba. Esta vez la cosa va en serio. No me preocupa demasiado todavía, sin embargo. Estoy en Chiang Mai y aquí se respira una tranquilidad absoluta –a pesar de que es en esta ciudad donde el primer ministro del país se ha refugiado-. Veamos a ver qué sucede.

Mumbai y Bangkok, India y Tailandia. Las niñas de mis ojos sumidas en el caos. No puedo evitar preocuparme por ellas.