lunes, 18 de mayo de 2009

Paz

Tuve que hacer 139 inmersiones antes de ver a mi primer whale shark. Tenía una especie de gafe: siempre que estaba enferma o en el barco de la tarde, los que habían buceado por la mañana lo veían. Sin embargo, mi suerte cambió. Ya he visto seis; cinco de ellos en los últimos cinco días. Ahora soy una especie de talismán: si voy en el barco, hay tiburón.

Y los amo. Y es un amor correspondido. Un romance, una historia, un affaire. Se me ilumina la cara cuando los veo. Siento mariposas en la barriga. Me pongo nerviosa. No puedo dejar de sonreir. Y ellos se acercan a mi. Me buscan entre la multitud y se aproximan. Juegan. Buscan el momento en el que estoy sola para aparecer. Me quieren en la intimidad. Y yo a ellos.

PAZ. No existe una palabra que los describa mejor.

lunes, 4 de mayo de 2009

De habitante a permanente

En apenas un mes mi vida se ha asentado -un poco más, si cabe- sobre la nube de arena y sal en la que vivo. Antes, aunque ya me consideraba habitante, lo era sólo a medias ya que mi futuro inmediato acababa con el final de mi DMT y la incertidumbre de si encontraría un trabajo o no. La situación estaba complicada –la crisis ha llegado también a Tailandia y estaba harta de ver a ex compañeros del curso pululando por la isla entregando currículums y sin recibir ninguna llamada- y yo ya empezaba a sopesar planes “B”. Pero contra todo pronóstico, todo salió bien. El día cinco acababa el curso y el seis ya me estaban contratando. Supongo que todo se reduce a estar en el lugar correcto en el momento adecuado -a eso y a tener colegas que hablen bien de una a sus jefes y que éstos se los crean-. En resumen, que como bien dice mi madre, yo no tengo una flor en el culo, sino un jardín.

Y mi buena suerte me llevó a comenzar mi vida profesional como Dive Master en Coral Grand, uno de los centros de buceo más antiguos de Koh Tao. Adoro mi trabajo -cómo no hacerlo si me paso casi todo el día surcando el mar en un barco y buceando- aunque debo reconocer que al principio me estresé. Dos años sin pegar palo al agua pasan factura. Y debía volver a acostumbrarme tener horarios, jefes y responsabilidades otra vez. Y me acostumbré. Y la suerte siguió de mi lado: no sólo el trabajo me parece estupendo y facilísimo –al inicio pensé que no estaba preparada ni sería capaz-, sino que además, en las tres semanas escasas que llevo de curro, ya he visto una tortuga, tiburones de arrecife y un tiburón ballena. Mucho más de lo que vi en todo mi DMT.

Y si a ello le sumamos mi nueva casa, se entiende que me considere habitante permanente y no me quiera ir. Mi antigua vivienda era absolutamente bucólica pero muy poco práctica. Muchos bichos, demasiadas cacas de gecko y muy poca intimidad. Si planeaba quedarme en la isla por tiempo indefinido, necesitaba un hogar. Y lo encontré. Sobre una colina, con vistas al mar y a la montaña, con un huerto que riego cada día, con agua caliente, televisión por cable, cocina completamente equipada y una cama enorme y comodísima en la que por primera vez en mucho tiempo consigo descansar. Y sola. Muy importante. Sola. Los dos años de viaje en solitario me han vuelto independiente en extremo y -aunque adoro a mi ex compañero de piso- ya no aguantaba más la situación. En Koh Tao la vida social es agitada. Trabajo con gente ocho horas al día y cada noche hay algo que celebrar -alguien que se va , alguien que vuelve, un cumpleaños, un final de DMT, un final de instructor, una fiesta porque sí…-. Cuando llego a casa entre una cosa y otra, quiero estar sola. Relajarme, cargar pilas, descansar. Y ver a mis colegas con más ganas después. Lo he conseguido. Y estoy disfrutando al máximo mi nuevo espacio en mi recién estrenado hogar.

Sólo me faltan el novio y el perro. Deberemos esperar...