jueves, 12 de marzo de 2009

El extraño incidente de Olga a media mañana

Hacía mucho que no me pasaba ninguna de las mías. Ya sabéis a qué me refiero -algunos, muy acertadamente, las habéis bautizado como olganécdotas-. Esas situaciones que sólo pueden pasarme a mi. Entre graciosas y penosas, ridículas, histriónicas, delirantes.

Seis y media de la mañana, Koh Tao. Tras haber preparado todo lo que necesitamos para el barco y los dos buceos con el resto DMTs, me fumo un cigarrillo a pie de playa. El Dive Master se me acerca y me dice si puedo hacerle un favor: liderar a un grupo, ya que tienen muchos fun divers esa mañana. Mi ingenuidad me lleva a pronunciar un sí sin muchos reparos. He liderado en un par de ocasiones, la última ayer, y no fue mal del todo -mi único error fue ir quizás demasiado rápido, un error muy común entre principiantes, de otro lado-. Así que digo que sí, sin pararme a pensar que ayer fue bien en parte porque lo hice en Chumpon, dive site que me conozco como la palma de mi mano. Hoy era en South-West. Sólo había estado en dos ocasiones pero pensé que no habría problema, que con la brújula todo iría bien.

Me presentan a mis dos fun divers, una pareja auntraliana. Advanced. Doy el briefing. Hasta aquí todo bien. Saltamos al agua. Nadamos hasta la boya. Empezamos a descender. Bueno, empiezan. Yo sigo flotando en superfície. No entiendo el por qué. De repente caigo: he olvidado ponerme el cinturón de plomos. Mierda. Los nervios. Mierda. Mierda. Mil veces mierda. Me tranquilizo. Paso de volver al barco. Por suerte llevo un par de pesos en el chaleco. Si me concentro, habrá suficiente. Consigo descender. Primer contratiempo.

Llegamos al fondo y empiezo a guiar. Estamos en la boya este, así que debo nadar hacia el oeste. La visibilidad es una mierda, tres metros a lo sumo. Pero todavía no me preocupo. Llego a uno de los pináculos, lo rodeo, me encuentro con otros grupos de Big Blue, los saludo. Estoy bien encaminada. Pero de repente, aparezco en medio de ningun lugar. Yo sigo tirando para el oeste, pero ahí sólo hay rocas pequeñas y a mucha profundidad. No encuentro los pináculos. Estoy completamente perdida. Y la visibilidad cada vez es peor. Sigo hacia el oeste, rompiendo al norte y al sud para ver si encuentro los rocones. Pero nada. Veo un par de groupers gigantescos. Los muestro al grupo. Eso salva de momento la situación. Luego, aparecen unos bancos enormes de barracudas gigantes. Cool. Pero sigo perdida. Y, sin darme cuenta, la respiración se me ha acelerado. Miro mi aire: baja a velocidad de vértigo.

Al final, no sé como, consigo encontrar la piedra principal, completamente cubierta de anémonas. Veo de nuevo buceadores y me relajo. Pero al comprobar mi aire de nuevo, me llevo un susto: me quedan sólo cincuenta bares. Mierda. Justo ahora que encontramos la zona que buscaba, toca retirarse. Medito. Creo que encuentro la solución. Le digo a otra DMT que hay por allí que se haga cargo del grupo unos minutos más -hasta que ellos lleguen a cincuenta-, que yo debo regresar al barco antes de que se me acabe el aire. Hasta aquí, otro contratiempo.

Pero queda la parte más ridícula. Me queda poco aire y podría subir directamente a superfície sin necesidad de llegar a la boya, de no ser por el problema con mis pesos. Sólo llevo un kilo seiscientos gramos y el tanque casi vacío, corro el riesgo de subir a superfície como un globo cuando intente hacer la parada de seguridad a cinco metros. Mierda. Toca buscar la cuerda, pues. Miro la brújula y me dirijo hacia el este. La boya aparece ante mi como un milagro. Thanks God. Me agarro a la cuerda y subo hasta los cinco metros. Me dispongo a hacer la parada de seguridad. Mi ordenador marca cuatro minutos, en lugar de los tres que debería marcar. Por lo visto he subido muy rápido. Me quedan sólo treinta bares. Me encuentro a Oskar, un instructor sueco de mi centro, haciendo la parada de seguridad con su grupo. Me pregunta si estoy OK, se extraña de que esté sola pues sabe que lideraba a un grupo esta mañana. Le digo que sí. Tras treinta segundos me arrepiento y le enseño mi manómetro para que vea que me queda poco aire. Me da su octopus y respiro tranquila -nunca mejor dicho-.
Pero es una imagen penosa: la guía de un grupo respirando del regulador de otro. Esa soy yo.