viernes, 20 de febrero de 2009

Rutinas de trópico


Últimamente escribo poco. Tenéis toda la razón los que me lo habéis ido recriminando por vías diferentes. Pordría decir que no tengo tiempo -y en parte sería cierto, ya que el Dive Master Training ocupa la mayor parte del mío y éste discurre a un ritmo diferente en Koh Tao-. Pero la verdad es otra muy distinta: me he acostumbrado a una rutina que, aunque fascinante, es mi cotidianeidad. Y como lo cotidiano, por asociación aburre, no quería cansaros con las batallitas de un día a día que, por primera vez en mucho tiempo, se mantiene más o menos igual. Pero hoy, reflexionando inconscientemente -cuando regresaba en el barco de bucear, fumándome un cigarro en proa, con al viento azotándome en la cara, el sol sombreándome la silueta y una sonrisa imposible de borrar- me he dado cuenta de que, en realidad, tenía mucho que explicar. Que quizás mis jornadas sean rutinarias, pero se trata de una rutina maravillosa al fin y al cabo -y exótica, para los que no la viváis-. Así que he cambiado de opinión: creo que merece ser explicada.

A continuación, un día en la vida de Miss Éxodos. Ahí va:

6:00 a.m. – 9:00 a.m. El sonido de la jungla despertando me arranca del sueño lentamente. Se mezcla con mi mundo onírico en un estado de ensoñación hasta que, finalmente, abro los ojos. Y lo primero que hago es siempre lo mismo -un extraño ritual del convencimiento-: levanto un poco la cabeza de la almohada y miro al exterior a través de la ventana para comprobar que ahí está, que no lo soñé. Y el verde más verde -moteado de sol y cocoteros- me da los buenos días. Entonces llega la primera decisión del día: levantarme o darme la vuelta y seguir durmiendo un rato más. Si buceo por la mañana -pocas veces, no vamos a engañarnos- no hay elección - a las 6:30 debo estar en Big Blue-; sino, todo depende de la hora en la que me haya acostado la noche anterior.

7:00 a.m. – 10:00 a.m. Desayuno que entraña una segunda elección: tomarlo en el porche de casa -unas tostadas de la magnífica focaccia del Zanzíbar y un batido de cacao que nunca falta en mi frigorífico- o irme a cualquiera de mis restaurantes favoritos. Un american breakfast, una pasta y un ice coffe o un machiatto y ya estoy lista para empezar el día. Los que me conocen saben que hasta que no desayuno, no soy persona.

10:00 a.m. – 12:00 p.m. A veces, aprovecho este par de horas para hacer recados varios, tales como acercarme al super para llenar la despensa, a una tienda de buceo para comprar algo del equipo o a saludar a alguien al que hace tiempo que no veo. La mayoría, sin embargo, me entretengo en el centro de buceo, a pie de playa. Estudio algunas de las materias del curso, consulto mis mails en el bar o simplemente me estiro en la arena libro en mano, hasta que la aparición espontánea de cualquier compañero me obliga a dejarlo aparcado. Y a mucho gusto. Estar dorándote la piel a treinta y pico grados, con una coca-cola fresquita y charlando en buena compañía no tiene precio.

12:15 p.m. - 12:45 p.m. A esta hora, si buceo por la tarde -cosa que ocurre casi siempre- dejo lo que sea que esté haciendo y me acerco hasta la recepción del centro. Toca currar -si se le puede llamar así-. Entre todos los dmt’s –dive master training’s- debemos preparar el barco. Cargar los reguladores que necesitemos, los tanques si en el barco no hay sufucientes, la fruta, el agua, las galletas... y ayudar a los clientes a que preparen sus bolsas y escojan el equipo adecuado. Un trabajo no muy complicado, sobretodo teniendo en cuenta que actualmente somos 23 dmt’s. Mucha gente entre la que repartir las tareas.

12:45 p.m. - 18:00 p.m El barco zarpa hacia el lugar en el que vayamos a hacer las inmersiones. Los dmt’s, de nuevo, lo dejamos todo listo -antes, durante y después del buceo-. Y buceamos, por supuesto. A veces asisitiendo cursos; otras, sinplemente haciendo fun dives entre nosotros. Y esta es la mejor parte: estar en el agua, sentir la ingravidez, nadar entre corales y peces de todos los colores, volver a superfície con la eufória del que ha hecho lo que más le gusta en el mundo -y algo drogado por el nitrógeno, a decir verdad-. En ocasiones, algún instructor nos pide que lideremos a un grupo o que demos los diferentes briefings. Yo ya he hecho ambas cosas -a las que, al inicio, les tenía bastante miedo escénico- y fue genial. Guié a mi grupo sin problemas y dí los discursitos en inglés sin tartamudear. Que ya es mucho. Y mientras el barco navega -de ida o de vuelta- y entre buceos: un té en cubierta, un cigarrillo en el tejado, charlas en popa, yaciendo al sol en proa o saltando al agua desde los ocho metros de alto del barco.

18:00 p.m. - 19:00 p.m. Ya en Big Blue de nuevo, lavamos el equipo, registramos los buceos y, normalmente, nos tomamos una birra en el bar del centro. Éste es, para mi, uno de los mejores momentos del día. El sol se empieza a poner tras el mar salpicando la tarde de rosa, de naranja y de rojo. Y, nosotros, sobre la misma arena de la playa, agotados y felices, comentamos la jugada, hacemos planes sobre la noche o, simplemente, contemplamos el espectáculo en silencio.

19:00 p.m en adelante Esta es la franja horaria en la que mis actividades varian más de un día a otro. Muchísimas veces estoy tan sumamente cansada -podéis reiros, pero lo del buceo agota- que lo único que quiero es llegar a casa previa visita a cualquier puesto de comida thai take away, cenar tranquilamente en el porche con Javi, tirarme en la hamaca a leer, a escribir o a perder el tiempo en Internet y acostarme pronto. Otras, incluso me animo a cocinarme algo. Algunas, quedo para cenar con gente del centro o colegas de otros años. Las menos, consigo mantenerme en pié hasta después de las once para ir de fiesta o a tomar algo.

Tal es mi vida hoy en día. Fluyo como el tiempo en Koh Tao -mucho más rápido que en otros rincones del mundo-, como la marea voy y vengo, me dejo mecer por la brisa que me arrastra de un día a otro sin remedio. Y mi rutina se tiñe de mar y de sal, de arena, de peces, de sol y de viento.