jueves, 25 de diciembre de 2008

Nadal Tropical


Bon Nadal. Aunque aquí la blanca Navidad lo es sólo por el color de la arena de la playa y las fechas señaladas no son sino otra excusa más para alargar la noche hasta la madrugada -entre cocoteros, buckets y nuevos amigos-. La Navidad aquí no existe. Imposible. ¿Cómo sentir el espíritu navideño a 40 grados, en bikini y en la playa? Muchos preguntan si no me añoro en esta época del año estando tan lejos. La respuesta es siempre contundente: NO. Quizás si estuviera en Londres -por poner un ejemplo-, sola, pasando frio y rodeada de lucecillas de colores por todas partes, gente comprando compulsivamente y familias juntas de paseo... quizás es ese hipotético caso algo de nostalgia me atizaría las entrañas sin remedio. Pero no aquí.

Lo celebramos a nuestra manera -del mismo modo que acostumbramos a celebrar tantas otras noches en la isla que no cuentan con ninguna festividad en el calendario-. Cené con unos cuantos colegas y unos muchos desconocidos en el bungalow de un instructor de apnea peruano. Y de allí, a la playa. A beber, a clarlar, a bailar descalzos y con lo pies cubiertos de arena hincados en el agua. Como tantas otras noches. Como el año pasado. Como siempre.

La Navidad en Koh Tao no cambia nada. Afortunadamente.





domingo, 21 de diciembre de 2008

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad...


Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... no te lo acabas de creer.

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... parece lo más normal del mundo aunque sepas que no lo es.

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... te repites a tí misma “estoy aquí”, “estoy aquí”, “estoy aquí”, para acabarte de convencer.

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... miras al horizonte y respiras hondo para dale mayor trascendencia al momento -único- que estás viviendo.

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... sonríes –sonríes mucho-, pero quizás menos de lo que pensabas que ibas a sonreír cuando estuvieras en ese lugar.

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... te das cuenta de que ir descalza todo el día sigue siendo un auténtico placer y que en eso no habías exagerado nada.

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... desmientes la frase de Sabina que reza “donde hayas sido feliz no debieras tratar de volver”

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... te sorprendes saludando a gente que hacía nueve meses que no veías como si los hubieras visto ayer.

Cuando lo que llevabas tiempo soñando se convierte en realidad... necesitas que tu cabeza aterrice donde ya ha aterrizado tu cuerpo.

Mi cuerpo está en Koh Tao -por fin-; mi cabeza no lo sé. Va unas horas por detrás, haciendo gala de un curioso jet lag que ya me conozco bien. De repente, mañana o pasado, veré la playa de aguas turquesas por la que he paseado tantas veces y caeré: ESTOY EN KOH TAO. Lo sentiré en toda su dimensión -que es mucha-. ¿Cuántas noches habré evocado este lugar desde el recuerdo? ¿Cuántos días habré dibujado su silueta en mi mente con el único objetivo de escapar de la realidad? ¿Cuántas veces habré pronunciado su nombre con brillo en los ojos y la boca llena de ilusión?

Muchas, muchísimas. Tantas... que sé que aunque TODAVÍA no lo sienta, este es, hoy por hoy, mi lugar.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Ton Sai o cuando el reloj se para


El vacío informativo de los últimos días, no debe ser tomado a la tremenda. Estoy bien -demasiado-. Simplemente, mi reloj se ha detenido. Y he estado muy ocupada haciendo nada. O lo que es lo mismo, tirada sobre la playa, tomando Singhas y batidos, tostándome bajo soles de cuarenta grados, bañándome en aguas esmeraldas y turquesas, comiendo pescado fresco, paseando hasta Railay, nadando hasta Happy Island e incluso escalando en enormes gigantes de piedra que emergen del mar como si nada. Vida dura la mía. Eso mismo es lo que pienso cada noche cuando despido el día tumbada en el bar de siempre, entre cervezas, cocoteros y nuevos amigos. Hay, además, algunos puntos a destacar. Los detallos a continuación:

1.- El muñeco y Panxa

Aunque pueda parecer justamente lo contrario, el muñeco es de carne y hueso y Panxa de trapo. El muñeco es Javi, mi colega de León, al que conocí hace año y pico en Vietnam y con el que hoy estoy en Ton Sai. Panxa es su mascota, una rana muy graciosa a la que le gusta vivir bien. Ambos llegaron el pasado miércoles y yo los estaba esperando con los brazos abiertos. A Panxa todavía no tenía el gusto de conocerla, pero a Javi sí. Viajamos durante un mes juntos y sabía por experiencia las risas que me esperaban en cuanto llegara. Y así ha sido. Mis abdominales están más marcados que nunca de tanto reir. Los “hola Susita”, “maracón”, “guapo” y tantos otros serán difíciles de olvidar. El muñeco –reencuentro número 9- y Panxa se quedan conmigo una temporadita. Soy feliz.

2.- La Full Moon Party

Debo reconocer que, hasta que el pasado viernes una pareja de nuevos amigos –Chusma y Alba, dos soles que brillan más que el que me dora la piel, que ya es decir- me hablaran de la Full Moon de aquel día, siempre había huido de ellas sin mirar atrás. Las temía. La culpa seguramente la tiene Koh Panghan y su fiesta desfasada –muy parecida al Lloret de los peores tiempos- que ya presencié una vez y decidó no presenciar más. Pero esta vez me convencieron sin palabras. Estoy en Tom Sai, un lugar traquilo, meca de los escaladores de todo el globo, con gente sana a la que no imagino vomitando sobre la playa o liándola sin más. Decidí ir. Y lo pasé genial –aquí lo dejo para no herir sensibilidades ni abrir heridas difíciles de reparar-.

3.- Climbing

He escalado. He EsCaLaDo. HE ESCALADO. Y desde que lo probé, sólo tengo ganas de gritar, de contárselo al mundo, de subirme a un edicicio muy alto, abrir la ventana y chillárselo al que me quiera escuchar. Qué sensación. No sé explicarla. Debe vivirse, catarse, sentirse. Uno tiene que verse a sí mismo descolgado sobre el abismo, con todos los músculos en tensión, la quemazón en las palmas de las manos y la cabeza mareada de adrenalina para enteder esta afición. Engancha. Es de lo mejorcito que he probado en mi vida. Fuerza, técnica pero, sobretodo, concentración. Pensar que puedes, seguir. Mano derecha, pie izquierdo, mano izquierda, pie derecho. Hacia arriba, sin parar. Si te bloqueas y te entra el miedo, se acabó. Caes. Punto. Concentración: cabeza, coco. Entonces te sorprendes a ti mismo de lo que eres capaz de hacer. Y bajas triunfal, borracho de endorfinas, feliz. De lo contrario, si te rindes por bloqueo cuando sabes que físicamente podías hacer más, regresas a tierra cabreado, triste y más competitivo que nunca, queriendo demostrarte a la siguiente podrás. Ya tengo una nueva afición. Ahora sólo queda aprender más.

Tom Sai, otro de mis lugares en el mundo. Un rincón al que regresar desde el recuerdo cuando me halle lejos. Un recodo del camino, del mío, del de ahora. Una equina de mi vida cubierta de arena y sal, de paredes escarpadas, de bongs, cervezas y risas, de relojes que se detienen a su antojo sobre algún minutero de la madrugada. De reencuentros, de Chaití, de Chusmas y Albas, de lunas llenas a rimo de tecno, de arneses, cuerdas y chapas, de largos a mar abierto, barcos de regreso y tertulias en la playa.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Y de repente, el mar


Ya he llegado a Tom Sai –o lo que es lo mismo, a la playa-. Y eso significa:

Uno.- Que llevo una cara de feliz todo el día que es para verla.

Dos.- Que me he pegado el primer chapuzón en cinco meses –el primero en Tailandia en nueve, el primero en Tom Sai en un año y y diecisiete días- Un baño, por otro lado, totalmente pasado por agua. Y no es ninguna obviedad: es que llovía mientras nadaba. Pero no podía esperar.

Tres.- Que me he comido mi primer mango sticky rice a lo dominguero total sobre la arena –me había estado reservando para este momento; un mango sticky rice no sabe igual si uno no se lo come en la playa-.

Cuatro.- Que tengo un bungalow fantástico, aunque no tengo hamaca. Esto me agua un poco la fiesta. En cuantro encuentre una, me la compraré.

Cinco.- Que he oído mi primer gecko en mucho tiempo. Me he dado cuenta de que los había añorado sin saberlo.

Seis.- Que he estrenado mi nuevo bikini y mi ropita playera. Eso si es amortizar.

Siete.- Que soy feliz (¡Ah! ¿Que lo había dicho ya?)

Ocho.- Que me voy a tomar unas birras ahora mismo en cualquier chill-out a pie de playa con mi nuevo colega africano-indio-inglés.

Nueve.- Que me voy, ¿eh?

Diez .- Venga... ¡Adiós!

sábado, 6 de diciembre de 2008

De la importancia de sentirse guapa

Ya aviso que este post puede parecer superficial, vacío y estúpido hasta el extremo. Puede paracerlo. Pero todos aquellos que hayáis viajado con una mochila a la espalda por un tiempo lo suficientemente largo, estoy convencida de que lo entenderéis.

Aquí lo normal es ir hecha un adefesio sin que a nadie –ni a una misma- le importe. Lo normal, de hecho, es que nunca te lo pantees si quiera. Te levantas por la mañana, escoges entre uno de los tres pantalones que tienes -normalmente limpios sólo dos-, entre una de las siete camisetas –limpias cuatro-, te enfundas los flip-flops de cada día y sales a la calle. No te procupas por combinar colores, ni accesorios ni, por supuesto, del maquillaje. Es cómodo –entre levantarte y salir a desayunar pueden pasar sólo cinco minutos-, pero, periodícamente, a una le cogen crisis de autoestima al más puro estilo occindental. Y lo que no te ha importado en un mes –tu aspecto degradado y perrofláutico-, empieza a preocuparte. Ese día te miras en el espejo y no reconoces a la persona que te mira –con actitud de reproche- desde el otro lado. Y decides hacer algo. A veces ese algo es comprarte toda la cosmética ayurvédica de una pequeña tiendecita –lo hice en la India: compré como 15 frascos de los más diversos productos para mantener a raya todas las zonas de mi cuerpo-, un pintalabios muy rosa capaz de vestirte de fiesta en un sólo trazo –cuando nunca te maquillas, un pequeño retoque puede hacerte sentir la más glamurosa del mundo-, un bikini, una minifalda, una sudadera con cuatro brillantitos que te den un aire más fashion.

Ayer, con la excusa de que me voy para la playa, me compré un bikini, un vestido y algunas camisetas escotadas -he renovado el fondo de mochila, que no de armario-. Con la misma excusa me depilé. Y sin ninguna me hice una limpieza de cutis y un tratamiento facial con todo tipo de cremas, mascarillas y peelings.

Y hoy me siento guapa.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Encuentro en Bangkok


Ayer a las seis de la mañana aterricé en Bangkok procedente de Chiang Mai. Demasiado tarde para vivir los famosos altercados; demasiado pronto para presenciar la elección del nuevo primer ministro -el próximo lunes-. Otra vez será. Pero tenía dos cosas mucho más importantes que hacer: 1) renovarme el pasaporte español, que me expira en nada, y 2) ver a Virginia, mi colega de Barcelona, ex directora de la revista que yo dirigí después, ex compañera de domingos de cafés y resaca en el Borne junto con Bárbara y Ágata, y actual vecina de arriba residente en Beijing.

Estuvo genial. La llevé de paseo por la ruta de los recados de Olga -cuando llego a Bangkok siempre aprovecho para resolver problemillas pendientes, que ésta vez fueron lo del pasaporte y arreglar el ordenador-, para acabar chafardeando el mercadillo turístico de Khao San Road, sentándonos ante algo de thai food y tomando unas Tigers y Singhas con las que brindar.

Con Vir ya son ocho las personas totalmente sacadas de contexto que reencuentro en este viaje por tierras asiáticas -con el uno tenemos a Matt, con el dos a Jorge, con el tres a Oscar, con el cuatro a Javier, con el cinco a Guillermo, con el seis a Cris y con el siete a Olga-. Se trata de personas de muy diversas prodecencias, que conozco por vias muy diferentes –los hay de Barcelona, de Madrid, de otros viajes, de toda la vida, de curro, de fiestas, de cafés-, pero con las que he coincidido en los últimos cuatro meses en alguna esquina de India, Tailandia o Nepal. Me encanta. Es como recuperar algo de mi pasado, de mi cotidianeidad.

Con el dorsal número ocho, Virginia. Gracias a la fortuna por querer que coincidiéramos en algún punto espacio-temporal.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Léelos tú, al menos


Vista la disección y mal patchwork que un conocido periódico español ha hecho en base a dos textos míos -sobretodo uno de los dos-, he decidido tomarme la justicia por mi mano y autoeditame ambos reportajes en este espacio. Y como la editora -oséase, yo misma-, está en plenas facultades mentales, no va borracha, ni ha fumado, prometo que ambas historias gozarán de coherencia y buen gusto. Disfrutadlas.


Gyanendra, más querido ahora que ya no es rey

Tras la aparición del recientemente destronado rey de Nepal en el festival de Dashain, las cuotas de popularidad del ex monarca han aumentado considerablemente. Sin embargo, Gyanendra evita ser visto en público y se recluye en su nueva residencia en la que, entre otras atividades, mata el tiempo escribiendo una autobiografía.

El pasado 11 de Junio, Gyanendra abandonaba el Palacio de Narayanhity despojado de toda corona y convertido en un ciudadano más. Cumpliose así la profecía del dios Gorakhnat sobre la dinastía Shah, quien auguró que dicha estirpe concluiría tras un reinado de diez generaciones. Extrañamente cierto -Gyanendra representaba la decimotercera-, éste no es el único hecho curioso de la vida del controvertido monarca.

Sus dos coronaciones -sí, dos, esta es otra de sus peculiaridades- estuvieron envueltas en grandes polémicas: la primera, por acontecer durante la conspiración política de 1950 en la que toda la familia real huyó a India dejando al joven Gyanendra cómo único miembro masculino de la misma; tenía sólo tres años y su reinado duró a penas dos meses hasta que en enero de 1951, la presión internacional y un tratado firmado con la India independiente, devolvieron la corona a su legítimo portador. La segunda, todavía más truculenta, tuvo lugar en 2001 como resultado de una sangrienta masacre en el interior de palacio, en la que resultaron muertos su hermano el Rey Birendra y gran parte de la familia real. Gyanendra fue coronado por segunda vez, sucediendo en el trono a su sobrino Dipendra, que fue nombrado rey sólo por cuatro días durante los cuales restó en un coma profundo resultado del tiroteo. La versión oficial afirma que fue Dipendra quien, en estado de embriaguez, habría asesinado a toda la familia suicidándose después, pero muchos opinan que fue Gyanendra quien estuvo detrás de todo ello, espoleado por una sed irrefrenable de poder. Aquello fue el inicio del final, el prólogo a un mandato que iba a acabar más pronto que tarde arrasando con los 240 años de reinado de la dinastía Shah. En mayo de 2008 los maoístas ganaban la batalla, inauguraban la república y arrojaban al ex monarca de cabeza a la vida real.

Desde entonces no ha sido fácil verlo en público. Únicamente se le conocía una breve salida a su antiguo palacio, hasta que el pasado 2 de octubre acudiera a un programa religioso en el templo hindú de Shyama-Shyam Dham, cerca de Bhaktapur, con motivo de la visita del afamado gurú indio Jagadguru Kripaluji Maharaj. Preguntado por los media, Gyanendra deseó paz, libertad y prosperidad a la nación en lo que fueron sus primeras palabras desde que abandonara palacio en junio, y desestimó pronunciarse a razón de ninguna cuestión política. El recibimiento por parte de la población que se congregaba en las inmediaciones del santuario fue extremadamente caluroso, lo que confirma la teoría de los que creen que ahora que ya no ostenta el poder, Gyanendra va a comenzar a ser visto con mayor simpatía, quedando su pasado de rey feudal paulatinamente olvidado. Días más tarde, durante el transcurso de Dashain -el acontecimiento religioso más importante de Nepal- la hipótesis quedaría afianzada. Gyanendra no apareció en público como se esperaba, sino que continuó con la tradición de poner el tika a los fieles -papel que desempeñaba como rey-, pero en la clandestinidad de su residencia privada en lugar de hacerlo ante la legitimación visible del templo. La multitud que acudió para ser bendecida por su antigua majestad reafirma su enorme popularidad post reinado.

Los maoístas le han arrebatado la corona; no el estatus. Es más: le han facilitado la vida con enigmáticas concesiones que permitirán que la vida de Gyanendra sea siempre mejor que la de la mayoría sus antiguos súbditos. Para empezar, el nuevo gobierno le ha cedido el Palacio de Nagarjuna, otrora residencia de verano de la familia real. La nueva vivienda del ex rey y su esposa Komal es un encantador complejo de lujosas dependencias, casas de invitados y apartamentos para el servicio, situado en el interior de un pequeño bosque en la cima de una colina al noroeste de Katmandú. El hijo de Gyanendra, Paras, juntamente con su mujer y sus tres hijos, habitan en Nirmal Niwas, una de las numerosas residencias privadas de la familia, situada en Maharajgunj, cerca de la Embajada Americana. Mientras que la única hija de Gyanendra, Prerana, sigue viviendo con su marido en la residencia de éste, muy cerca del Soaltee Holiday Inn Crowne Plaza, en el distrito de Chauni.

Por otro lado, si bien es cierto que la antigua residencia de la familia, el Palacio de Narayanhity, será convertido en museo a corto plazo -y un área de éste ya se está utilizando como sede del Ministerio de Exteriores-, no es menos verdad que parte de la antigua realeza sigue habitando allí. La madre postiza de Gyanendra, Ratna, y Salala Gorkhali, la consorte de su abuelo, se negaron a abandonar el palacio y el nuevo gobierno les ha otorgado el derecho a ocupar sus antiguos aposentos, así como a seguir disfrutando de sus pertenencias. Otra suerte correrán las de Gyanendra, sin embargo: su corona de diamantes y rubíes, el féretro real y todas las demás joyas heredadas durante generaciones son ya propiedad del estado.


Pero Gyanendra no debe preocuparse por el dinero. Definido por sus allegados como arrogante, astuto y con una personalidad fuerte y versátil, desde muy joven comenzó a despuntar como hombre de negocios con un olfato excelente y unos escrúpulos más bien escasos. Supo establecer alianzas con algunas de las compañías indias e internacionales más importantes (TATA, Birla, Coca-cola, British and American Tobacco Company) para la producción y distribución de sus productos en Nepal, así como para la creación de sus propias marcas. Pese a haber sido destronado, Gyanendra ha sido autorizado a seguir con sus negocios y se cree que cuenta con una auténtica fortuna en tabaco (Surya Tobacco Company), té, casinos y hoteles (Soaltee Hotels Limited).

Además de gestionar sus múltiples negocios, Gyanendra pasa los días tranquilamente en el interior de su nueva residencia, cuya entrada permanece escoltada día y noche por los agentes de seguridad que le ha facilitado el mismo gobierno. Fuentes próximas aseguran que pasa los días leyendo, fumando una cajetilla de Surya tras otra -a pesar de estar aquejado de problemas de corazón-, navegando por Internet, jugando a las cartas con sus amigos Prabhu Sumshere Rana y Birendra Bahadur Shah y escribiendo una autobiografía que saciará el apetito de los más morbosos. Su vena literaria no es nueva: Gyanendra es un poeta sumamente conocido en el país -consagrado sobretodo a temáticas patrióticas, románticas y medioambientales- y sus poemas han sido adaptados para ser cantados por algunos de los vocalistas más famosos de Nepal.

Al margen, Gyanendra continúa también con sus rituales religiosos, meditando y practicando tantra. Hombre tradicionalmente preocupado por la comunión total entre el ser humano, dios y la naturaleza, pasa muchas horas al día enzarzado en toda suerte de pujas -en honor, sobretodo, a la diosa Kali-, así como promoviendo diversas iniciativas para preservar la flora y la fauna autóctonas. Como príncipe y rey fue el revulsivo tanto para la creación las reservas de vida salvaje y parques naturales del país, como para la conservación de áreas como los Anapurnas, Makalu Barun o Manaslu. Ya como ciudadano normal, va a seguir colaborando de manera activa con dichas causas.

Desde el pasado 2 de actubre, Gyanendra no ha vuelto a aparecer públicamente ni se le conoce ningún movimiento notorio fuera de su residencia-palacio. El país, por su parte, continúa haciéndose al nuevo régimen republicano, dramáticamente dividido entre los partidarios del presente y del pasado. A los nostálgicos defensores de Gyanendra, se oponen los que tienen esperanza ciega en una nueva era de cambios. Ya se han dado algunos pasos en este sentido. Sin ir más lejos, las nuevas “Kumari” –niñas adoradas como diosas vivientes que son arrancadas de su entorno para pasar a vivir clausuradas en los confines del templo hasta que alcancen la pubertad y, con ella, la menstruación- podran acudir a la escuela, en un intento del nuevo gobierno por aunar los derechos humanos con la tradición. Por primera vez en 240 años, la elección de la niña-diosa -históricamente muy ligada a la monarquía- no ha recaído en el sacerdote real, sino en un comisionado del estado.


Cara a cara con las Long Neck Karen

“Nos pagan dinero por seguir llevando anillos en el cuello”


Se llaman Ma-Nan y Majon, pero todos las conocen como Mariana y María José. Hablan castellano y las más joven puede incluso entender el vasco. Proceden de Myanmar, viven en Tailandia y no son ciudadanas de ningún país. Son refugiadas, aunque una de ellas sigue sin tener ningún derecho como tal. Ma-Nan es atracción turística; Majon lo ha sido durante muchos años. Ambas comparten una misma historia aunque con diferente final.

Su aspecto es atractivo, es lo primero que pienso al tenerlas en frente. Ma-Nan, luce brillantes pulseras de plata en las muñecas, pintorescas ropas tradicionales y los aros dorados bordeando el cuello que caracterizan a la tribu de las Long Neck; Majon dejó de ponérselos hace dos años pero puede reconocerse que los ha llevado por la estrechez y la longitud que alcanza su nuca bajo la densa cabellera negra. Un gran reclamo turístico, sin duda. Un filón demasiado jugoso como para que el gobierno tailandés lo dejara escapar.

No me equivoco. Ellas confirman mis sospechas enseguida y me empiezan a contar desde el principio, recalando en algunos de los episodios más agrios de sus vidas. Ambas llegaron a Tailandia a inicios de la década de los 90, huyendo de los abusos de la dictadura birmana sobre las minorías étnicas del país. El gobierno obligaba a las diferentes familias de la etnia Karenni -a la que pertenecen las Long Neck- a entregar un 70% de sus ingresos a las arcas del estado. Y cuando éstos no eran lo suficientemente altos, castigaban a la familia en cuestión reclutando a uno de sus miembros masculinos y obligándole a trabajar para el ejército. El tío de Majon murió así; su padre corrió mejor suerte y tras caer enfermo de malaria fue devuelto a su aldea por no poder seguir el ritmo de la armada. “Regresó a casa con marcas y cicatrices en las piernas”, cuenta Majon, “le pegaban por no poder rendir como el resto”. Se rumorea que otro tío suyo fue fusilado, “se lo llevaron un día y no volvió jamás“. Y fue entonces cuando decidieron huir.

La historia de Ma-Nan no es muy diferente. Aunque el ejército no atacó jamás su casa, la guerra merodeaba la zona contigua a la aldea en la que vivían y era común ver y oír explosiones alrededor. Un día el miedo pudo más que las ganas de no abandonar su patria y decidieron refugiarse en territorio tailandés. “Caminamos una semana entera bosque a través hasta llegar a Nai Soi”, explica. Y aquí es donde la vida de ambas confluye: en uno de los poblados para Long Neck ubicados al noroeste de Tailandia.

Nai Soi no es un campo de refugiados, aunque sus habitantes tengan un carnet de la ONU en el que dice que lo son. Nai Soi es una especie de zoológico para humanos. Están encerrados, sólo se accede previo pago -250 bahts, unos cinco euros- y aunque el gobierno tailandés no obliga a llevar los collares, indirectamente están coaccionadas. “Los tailandeses sólo dan dinero a las familias cuyas mujeres sigan llevando los aros”, afirma Majon. Una suma de 1.500 bahts al mes exactamente, algo más de 30 euros al cambio. El resto, las que han decidido quitárselo, recibe únicamente una generosa cantidad de arroz que garantice su subsitencia. Las verduras, el curry y los demás alimentos básicos de su dieta asiática, están de nuevo reservados sólo para aquellas que mantengan la tradición y no rompan con el negocio turístico que los tailandeses tienen montado.

A pesar de ello, cada vez son más las que, como Majon, se atreven a romper con el pasado. “Tengo mil razones para dejar de llevar el collar: pesa demasiado, molesta, duele, deforma el cuello, no es práctico…”, explica. Majon es una chica moderna. Sólo hace falta echarle un vistazo para notarlo -ropa al estilo occidental, pelo negro con mechas burdeos, movimientos decididos de quien sin tener mucho mundo ha sabido imaginarlo-. Tiene 22 años y como la mayoría de las de su generación está más preocupada por su futuro que por las costumbres de antaño. Es por ello por lo que dos años atrás decidió salir de Nai Soi y solicitar su traslado a un campo de refugiados. El gobierno tailandés se lo concedió y es allí donde ahora vive, asegura que feliz, esperando una respuesta del estado neozelandés para poder trasladarse a aquel país acogiéndose a un plan de reasentamiento. “En Nai Soi no puedes acceder a este tipo de programas”, aclara, “en parte, por eso decidí desplazarme al campo”. Por eso y para alcanzar una educación mejor. “Allí tampoco hay escuela de secundaria”, prosigue, “y la de primaria no está en funcionamiento por falta de docentes”. Un paseo por el campo me permite comprobarlo en primera persona. Quizás sea por todo ello por lo que la aldea se está quedando sin habitantes. De los 164 que la poblaban en 2006, en la actualidad no quedan más de 80. “Se están marchando todos”, señala Ma-Nan con nostalgia, “les prometen que desde el campo de refugiados podrán irse a vivir a Europa, América y Oceanía y se van a probar suerte”. Ella tiene sus dudas. Cree que hacen demasiada falta en Tailandia como reclamo turístico, que el gobierno del país no las va a dejar ir tan fácilmente.

Un par de militares tailandeses pasea cerca del lugar en el que nos encontramos. Están bajo vigilancia permanente. Afortunadamente, ambas hablan castellano -y de ahí sus nick names, Mariana y María José- por lo que no es necesario interrumpir la conversación. En inglés hubiera sido mucho más complicado, reflexiono. Probablemente, no hubieran estado tan relajadas y hubieran silenciado muchas informaciones por miedo a posibles represalias. Me interesa saber cómo aprendieron español. “Por el turismo”, responden al unísono. “Hubo un tiempo en que venían muchos turistas a visitarnos, sobretodo españoles”. Ahora hay menos -“apenas puedo practicar vuestro idioma”, se queja Ma-Nan-, quizás desmotivados ante el éxodo permanente hacia los campos de refugiados que está dejando a la aldea Long Neck vacía y deslucida. Lamento ser tan insistente, pero no puedo evitar volver a preguntarles si jamás han tenido un libro o estudiado el castellano más allá de lo que el turismo les pudiera enseñar. Me contestan con un no rotundo, aunque Majon reconoce saber leerlo y escribirlo. “Me he carteado con bastantes turistas españoles, es una buena manera de aprender, además de que me permite mantener el contacto con la gente que viene a visitarnos”, explica. Parece increíble que su castellano no tenga ningún tipo de base académica: pronuncia en un acento perfecto, tiene una gramática correctísima y lo entiende todo a la primera sin que yo deba hacer ningún esfuerzo por vocalizar más de la cuenta o apoyar mi discurso en la gesticulación. Es inteligente, mucho. Habla casi diez idiomas y, además, asegura que entiende el vasco. “Se parece mucho a mi lengua”, aclara, “si me hablan lentamente lo entiendo todo”. Personalmente, tengo mis reservas. Pero quizás alguien debería investigarlo.

martes, 2 de diciembre de 2008

Crónica desde Tailandia

Mientras en España se le sigue sacando punta a Aguirre, sus desafortunados calcetines y sus zapatos de tacón que tuvieron que atravesar enormes charcos de sangre, en el mundo siguen sucediendo cosas. Bangkok, sin ir más lejos –la otra mitad de esos telenoticias a los que os tienen tan acostumbrados-. Con el tema de Mumbai y los zapatos de Aguirre cada vez más desgastados, los medios de comunicación tienen que focalizar en algo. Y Tailandia es el blanco perfecto.

Sé lo que se dice en España porque leo la prensa on-line cada día. De lo contrario, jamás hubiera dicho que me encuentro en un país sumido en una intensa crisis política. En Chiang Mai, el día a día transcurre sin problemas: no hay alarma, ni nerviosismo, ni miedo –más allá del que tienen los que viven del turismo a que la situación repercuta negativamente en la temporada que ahora se inicia-. Lo máximo que se ha visto son discretas manifestaciones de vehículos con banderas rojas –los rojos apoyan al PPP, el partido en el gobierno, mientras que los amarillos dan su soporte al APD-, en respuesta a las mareas amarillas de Bangkok. El norte del país es rojo –por algo el máximo dirigente del país se ha refugiado aquí- y quieren que se note. Y se nota, aunque de un modo relativo. Es mil veces peor pisar las Ramblas ante una vistoria del Barça, que pasear por Chiang Mai con la mega crisis política que nos están intentando vender. A ver, la crisis existe –no me malinterpretéis- pero no es ni la mitad de la mitad de la mitad de grave de lo que se transmite en el exterior. O, como mínimo, no es peligrosa para la integridad física de los que estamos aquí. Centrémonos –y esto va por todos aquellos que me habéis enviado mensajes alarmados-: si el gobierno español está repatriando gente es sólo para facilitar la vuelta a casa de los que ya llevaban días atrapados aquí, no por que los españoles en Tailandia corramos ningún tipo de peligro.

El máximo riesgo que me azecha es el de los polis. Sí, oís bien. Desde que el gobierno tailandés decidiera pagar 2.000 bahts –unos 48 euros al cambio- por día y por persona a todos aquellos turistas que por los bloqueos de los aeropuertos no pudieran regresar a su país, los policias se han puesto chulos. De algún modo se tiene que hacer frente a toda esa fuga de dinero estatal y han decidido que la mejor manera es incrementar el número de multas. De manera que, de un tiempo a esta parte, circular sin casco, algo del todo apropiado en este país, ha dejado de serlo. Los controles policiales son muchos e infalibles –ni siquiera el recurrente chantaje de estas tierras funciona ya-. Ayer, con Sebastian, salíamos de pagar una multa en la comisaría y tras cinco minutos en moto nos volvieron a multar. De chiste.

Así está el país. Hoy, el Tribunal Constitucional ha ordenado la disolución del PPP por un fraude electoral cometido en 2007 –a buenas horas mangas verdes-, ya que el hasta hoy primer minisitro tailandés era el cuñado del que fuera destituído en 2006 por el famoso golpe de estado. Los amarillos, siempre habían considerado a Somchai la continuación del obsoleto gobierno de Thaksin y hoy el Constitucional les ha dado la razón. El viceprimer ministro asume la jefatura de estado hasta el próximo 8 de diciembre, fecha para la que se han convocado elecciones dentro de la coalición que gobierna el país para elegir a un primer ministro.

Hasta lo que yo sé, los aeropuertos siguen bloqueados. Y ahora son los rojos lo que amenazan con liarla... Mientras tanto, el único que podría apaciguar los ánimos, el queridísimo y respetadísimo rey, sigue sin hacer declaraciones. El día 5 es su cumpleaños. Ambos bandos respetarán ese día. Lo que suceda después, nadie lo sabe.