miércoles, 29 de octubre de 2008

Tres meses

Ayer hizo justo tres meses que hice las maletas por última vez. Tres meses desde que decidiera hacer de la nada mi patria, de Asia mi tutora, del verde y el azul mi bandera, de los pies mi vehículo, de las sonrisas mi motor, de la adrenalina mi droga, del sol mi techumbre, del calor mi abrigo, de un hombro mi amigo, de cualquier colchón un hogar. Tres meses ya. Tres meses en los que las semanas se atropellan, en los que los días y las noches se confunden, en los que el reloj avanza sin remansos ni tiempos muertos ni piedad. Tres meses ya. Tres meses, cinco aviones, diez mil kilómetros, noventa y dos lunas, veintiséis hoteles, dos pares de zapatos, nueve reencuentros, dieciocho kilos de mochila, dos trenes nocturnos, tres mil ciento cuarenta y una fotografías, tres monedas diferentes, treinta lavanderías, cuatro masajes, cientos de besos, una ración de gusanos, otra de hormigas, seis libros -de los cuales: dos de regalo, dos comprados y dos más intercambiados-, un corte de pelo, dos fiestas, cuatro room mates, cuatro países, algunas lágrimas, mil sonrisas, treinta y tres direcciones de correo electrónico, cinco amigos, muchos conocidos, varios madrugones, doce templos, algunos países con gente a la que visitar, nuevos horizontes, un cubo de recuerdos, dos libras de sueños por soñar.

Tres meses lejos de Barcelona que vienen a sumarse a los casi diez de las otras veces. Tres meses lejos de los míos, de mi habitación roja, de mi cama, de mi calle, del quiosco de la esquina. Tres meses sin llamadas ni mensajes, sin sesión golfa, sin cortados descafeinados de máquina. Tres meses sin la alegría de encontrarme el ascensor en mi rellano al salir de casa. Tres meses sin vino y sin paella, sin televisión en castellano, sin mi armario repleto de ropa y de zapatos. Tres meses sin mi gato acurrucado a mis pies, sin perfume, sin citas, sin besos en el portal, sin domingos de película y manta. Tres meses sin oír a mi madre quejarse de que no me ve el pelo -ahora me lo ve menos pero no se queja-, sin coger el metro, sin conducir mi tartana, sin mirar por la ventana de mi habitación y ver solo ropa colgada. Tres meses sin mis tres despertadores, sin pasear de noche por una calle conocida, sin saludar al panadero, sin gimnasio, sin escapadas de fin de semana. Tres meses sin pensamientos negativos, sin preocupaciones en masa, sin odiarme a mi misma por no saber lo que quiero o por saberlo demasiado bien y estar haciendo nada. Tres meses sin todo lo que me es propio pero más yo que nunca, más fiel a mi misma, más entera, mas valiente, mas sana.

Tres meses sin mi vida y más viva que nunca, sin embargo. Tres meses de los que no cambiaria ni una coma, cuando en Barcelona siempre pienso que quizás hubiera sido mejor tomar la puerta de al lago. Tres meses completa y diluida, feliz, dulce y amarga. Tres meses de quieros y puedos, de acción y reflexión, de adjetivos y verbos, exclamaciones y pausas.