En apenas un mes mi vida se ha asentado -un poco más, si cabe- sobre la nube de arena y sal en la que vivo. Antes, aunque ya me consideraba habitante, lo era sólo a medias ya que mi futuro inmediato acababa con el final de mi DMT y la incertidumbre de si encontraría un trabajo o no. La situación estaba complicada –la crisis ha llegado también a Tailandia y estaba harta de ver a ex compañeros del curso pululando por la isla entregando currículums y sin recibir ninguna llamada- y yo ya empezaba a sopesar planes “B”. Pero contra todo pronóstico, todo salió bien. El día cinco acababa el curso y el seis ya me estaban contratando. Supongo que todo se reduce a estar en el lugar correcto en el momento adecuado -a eso y a tener colegas que hablen bien de una a sus jefes y que éstos se los crean-. En resumen, que como bien dice mi madre, yo no tengo una flor en el culo, sino un jardín. Y mi buena suerte me llevó a comenzar mi vida profesional como Dive Master en Coral Grand, uno de los centros de buceo más antiguos de Koh Tao. Adoro mi trabajo -cómo no hacerlo si me paso casi todo el día surcando el mar en un barco y buceando- aunque debo reconocer que al principio me estresé. Dos años sin pegar palo al agua pasan factura. Y debía volver a acostumbrarme tener horarios, jefes y responsabilidades otra vez. Y me acostumbré. Y la suerte siguió de mi lado: no sólo el trabajo me parece estupendo y facilísimo –al inicio pensé que no estaba preparada ni sería capaz-, sino que además, en las tres semanas escasas que llevo de curro, ya he visto una tortuga, tiburones de arrecife y un tiburón ballena. Mucho más de lo que vi en todo mi DMT.
Sólo me faltan el novio y el perro. Deberemos esperar...