domingo, 8 de agosto de 2010

Algunas verdades sobre India

Antes de que mi grupo llegara, estuve dándole vueltas al modo en que iba a dar la bienvenida a los quince españoles cargados de ilusión que aterrizarían en Delhi en unos días para que una servidora los llevara de ruta por India. Pensé mil fórmulas -algunas repetidas, otras innovadoras-. Y finalmente opté por la franqueza. Terapia de choque, lo llaman. Es decir, no esconder ninguna de las muchas verdades que este país muestra sin vergüenza antes de que las descubrieran por ellos mismos y pusieran el grito en el cielo. A saber:

Hace calor. Sí. Y mucho. Es lo que tiene venir a un país tropical en pleno agosto.

Llueve. También. A menudo. Estamos en temporada de monzón. Una lástima que las vacaciones de la gente de a pié caigan siempre en esta época.

Hay miseria. Por todas partes. La India la muestra sin tapujos. Aprender a mirarla de frente es importante; también aprender a ignorarla para que no nos consuma. Supervivencia pura y dura.

La comida pica. Entre bastante y mucho. Entiendo que el picante no sea el manjar preferido de nadie, pero un poquito de curiosidad, por favor. Ir a un país y no probar su gastronomía es como tener sexo y quedarse en los preliminares.

India huele mal. Hasta que te acostumbras. Es ruidosa. Hasta que ya no la escuchas.

Los indios son raros. Para nuestro sistema lógico que nada tiene que ver con el suyo. No los juzguemos. Odiémoslos cuando nos desesperen, querámoslos cuando nos parezcan entrañables. Pero no juzguemos: en 15 días -ni siquiera en un año completo- tendremos la suficiente información como para poder hacerlo.

Nada de ideas preconcebidas. Dejadlas todas en el aeropuerto. No a los paternalismos, al eurocentrismo, al intentar lavar las propias conciencias.

India es dura. India es complicada. India es intensa. El que no quiera emociones fuertes que se vaya a Benidorm o a Cullera. La India plantea muchas cuestiones de las que no hallaremos respuesta. Pero al menos nos habrán hecho pensar. Plantearnos realidades que dábamos como inamovibles y ver que hay más caminos que llevan a Roma, además del nuestro.

Es un país que a veces debe vivirse sin que la chachi -osease yo, la guía- amortigüe el golpe. Merece la pena bajarse de la vitrina del autobús y deshacerse de mi tutela, de tanto en tanto, para poder experimentarla en toda su magnitud.

De momento, está funcionando.

Seguiré informando.