sábado, 14 de febrero de 2009

Feliz No-San-Valentín

Los días como hoy reafirman y exageran mi -ya de por sí marcada- identidad de pájaro libre, de alma solitaria, de solterona a mucha honra de serlo, de corazón independiente, bragueta autosuficiente, piés a los que les gusta avanzar solos -porque cuando cuentan con compañia tropiezan más que se mueven-. No siempre fui así. Pero ya ni me acuerdo de cuando era de otra manera. Siete años soltera -entendiendo soltera como la que no tiene ninguna relación seria ni estable- son muchos. Y a lo bueno, se acotumbra uno rápido.

Y es que ahí radica la diferencia: lo que para muchos es una tortura, para mi es un bien muy deseable. Estar sola implica un puñado de cosas buenas que, actualmente, no cambio por el hecho de tener a alguien al lado. Me gusta ir al cine sola y no le temo a los domingos tarde. No me importa no tener con quién acudir a las bodas, no necesito a alguien que me llame cada noche para saber cómo me ha ido el día ni pretendo ser el centro del mundo para nadie. Me gusta dormir sola y atravesada, me gusta pasar el fin de semana con mis amigos, me gusta desaparecer del mapa sin anclas, puertos ni amarres. Adoro contar conmigo misma; odaría sustentar mi vida en el único pilar del pecho velludo de nadie.

Por supuesto, el amor tiene cosas preciosas -los besos, las miradas, los abrazos, la complicidad, el pulso acelerado, los proyectos, despertarse junto a alguien-. Pero, hoy por hoy, no me convencen. Todo es una cuestión de prioridades. Y las mías andan lejos de las ataduras, las fusiones, los enlaces.

Y todo este discurso aguafiestas, para decir que San Valentín me radicaliza -más si cabe- en mi postura. Es ver toda esa vorágine sentimentaloide de gusto escaso y que me entren nauseas. El amor, a pesar de todo lo dicho -o quizás precisamente por ello- me merece un gran respeto. Y el 14 de febrero me parece una mofa de la gran palabra, -del gran sentimiento-. De alguien que se supone que me ama no espero un corazón de peluche porque la presión social lo empuja a ello; espero un “te quiero” cada día, mis golosinas favoritas porque ha pasado frente a una tienda y se ha acordado de mi, un beso en el hombro mientras duermo, una postal cuando esté de viaje, el último libro de Alessandro Baricco nada más salga a la venta, una cena sin motivo, un venirme a recoger al trabajo sin saberlo, una carta, dos billetes de avión sin razón aparente, una visita sorpresa en Tailandia .

Quizás, en el fondo, sea una romántica. Y San Valentín es justamente lo contrario: un canto a la pérdida de la individualidad en medio de la gran masa.