miércoles, 31 de marzo de 2010

Océano Mar

Un amigo me dijo una vez que las mujeres se dividen en dos tipos: las que se merecen que se les regale Océano Mar y el resto. Él consideró que yo era de las primeras y me obsequió con su propio ejemplar. Desde entonces, Baricco es mi autor favorito y Océano Mar el libro que sustenta mis sueños. Una obra maestra. Una joya. Una biblia pagana. Un exquisito trabajo de orfebrería que hilvana un extraordinario mundo de personajes oníricos, tan reales e inverosímiles como la vida, como la nuestra, como a la que en ocasiones se le antoja sorprendernos y nos lanza sin piedad a un mundo de lo maravilloso que nunca es eterno. Que tiene principio, desenlace y final, como el propio libro.

Quise seguir la bonita tradición de mi amigo. En Océano Mar, Bartleboom escribe cartas de amor a una amada que todavía no existe, pensando que el día que la conozca se las entregará todas de golpe; yo desde entonces creí que algún día aparecería alguien que merecería que le regalara este libro.

Y llegó. Y ayer, releyendo a Baricco -hay libros que nunca se agotan, que cuantas más lecturas acumulen más se disfrutan- reviví las tres historias. La de Bartleboom, la de aquel que me regaló su primer ejemplar y la del que se mereció que yo le regalara el mío.

martes, 23 de marzo de 2010

Prácticos vs Amorosos

Los prácticos hipotecan su presente en función de su futuro.
Los prácticos se enamoran de alguien que vaya a gustar a sus padres.
Los prácticos trabajan en bancos aunque tengan vocación de periodistas, de maestros aunque en su día quisieron ser médicos.
Los prácticos saben con quién deben relacionarse y con quién no.
Los prácticos se quedan.
Los prácticos sueñan dormidos.
Los prácticos se casan al llegar a los 30 no vayan a quedarse solos.
Los prácticos sobreviven.
Los prácticos lo tienen todo controlado.
Los prácticos se agarran a clavos ardiendo.
Los prácticos sonríen.
Los prácticos aprenden a ser felices.
Los prácticos no buscan, encuentran.
Los amorosos, en cambio, hipotecan su futuro en función de su presente.
Los amorosos se ríen de las gentes que aman a perpetuidad.
Los amorosos son artistas y fotógrafos, periodistas de guerra, escritores, maestros por vocación.
Los amorosos viven al día, no saben hacer más.
Los amorosos siempre se están yendo.
Los amorosos son los que abandonan, los que cambian, los que siempre han de estar solos.
Los amorosos sueñan despiertos.
Los amorosos viven.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Los amorosos se entregan en cada beso al cien por cien.
Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo.
Los amorosos ríen mucho y lloran más.
Los amorosos lo quieren todo.
Los amorosos no encuentran, buscan.

(Algunas de las frases referentes a los amorosos están tomadas del poema “Los amorosos” de Jaime Sabines)

miércoles, 17 de marzo de 2010

Algo diferente

Hacía mucho -demasiado- que no escribía poesía. Que no afilaba las tijeras para recortar frases, que no disponía los mares de palabras en columnas, que no sentía las sí-la-bas como ritmos africanos. Esto es sólo un borrador, una prueba, un intento de reconciliación con el pasado.

I

Llueven celos tartamudos de la luz que amarillea
en las lagunas fúnebres de tu memoria.
Y no llora quién subyace bajo el sueño,
pompas de jabón que en vano pesan
sobre la alfombra histérica de las horas.
“¿Quién es?”, preguntó el que más sabía,
“No sé”, respondió el filo de una espada.
Y en el pálpito a traición de una trastienda.
un verso goteó blanco de savia.

II

Sucedió un enero con sabor a domingo
de un martes con visos de verano.
Era uno de esos días sin equinas
que resbalan sobre la superficie del mundo
y anochecen entre los dedos de las manos.
Sucedió como por arte de acuarela
de Rubens,
como por casualidad insensata,
como parpadeo incrédulo de mejillas coloradas.
Sucedió de puntillas y descalzo,
vestido para la mayoría,
desnudo para los que llevamos las gafas de sastrecillo valiente
que perforan las telas y se hincan en el alma.
Sucedió y mientras acontecía me di cuenta de que estaba pasando.
Supe que era Él,
que la otra mitad de mi luna
-con sus cicatrices, sus vacíos, sus depresiones, sus montañas-
había llegado.

III

Me aburría
y abrí el armario cerrado a arena y cal de la memoria:
vi auroras de neón dominicales
junto a zapatos de cristal que me van grandes
y besos de portal que nunca entraron.
Vi a los cuatro puntos cardinales
tomando gin-tonics de Hendrick’s en el Jamboree,
llevándome a perder el norte.
Vi tus sueños y mis ganas,
tus miserias, mis manías, ese anillo
que me regalaste con una fecha que ya no recordaba.
Vi un mapa mundi desplegable,
con cruces en los países que aún no he visitado,
mi huella de carmín sobre Tailandia,
una lágrima en lugar de tu casa y de tu nombre.
Vi una loción solar, las sábanas de la primera vez
que me dejaste,
un libro de García Márquez,
un reloj que se cansó de contar horas,
un accésit y una medalla de bronce.
Te vi a ti
y te dejé encerrado en el armario.

jueves, 11 de marzo de 2010

Lista sin ánimo de decisión

A todos nos han recomendado alguna vez hacer listas de pros y contras cuando debemos tomar alguna determinación. Yo ahora no debo decidir nada (la vida lo ha hecho por mí en esta ocasión). Me quedo en Barcelona. Al menos de momento. Y, sin embargo, mi curiosidad innata se empecina en saber cómo sería mi lista actual.

What I miss…

- La libertad elevada al máximo exponente (o, lo que es lo mismo, hacer lo que me de la real gana en todo momento).
- Tomar café en un aeropuerto mientras leo y miro de reojo los letreritos de próximos vuelos soñando que los cojo todos.
- Aprender a saludar y decir gracias en el idioma de cada país.
- Comer, comer, comer. Probar la gastronomía local.
- Hablar en inglés.
- Todos y cada uno de los colchones en los que he dormido.
- El mar turquesa.
- Conocer gente de todos los rincones del mundo.
- El Café Corner.
- No depender del teléfono móvil.
- Sentarme a tomar té con un local mientras intento entender lo que me cuenta.
- Aprender de otras culturas.
- ¡El calor!
- Subirme a un rickshaw y ser testigo privilegiado del caos.
- La incertidumbre, el qué será, los puntos suspensivos, la sorpresa constante…
- Ir descalza.
- Mis nuevos-viejos amigos.
- Regatear y simular que estoy muy muy muy ofendida por el precio hasta que me persigan y me lo bajen.
- Emocionarme ante el Taj Mahal, el Golden Temple, las Petronas, el Himalaya, el Mekong, un tiburón ballena…
- Los 7 Eleven y sus cochinadas.
- Darlo todo por un hombre y que él lo de todo por mí (al estar de paso no hay riesgo de compromiso y al no haber riesgo de compromiso no hay miedo).
- Las fiestas por todo (bienvenidas, despedidas, cumpleaños, porque sí).
- Bucear (¡Y que encima me paguen!).
- La beer o'clock al acabar la jornada.
- Mi moreno permanente.
- La ilusión con la que esperaba el desayuno por las mañanas.
- La soledad buena.
- Los bungalows, sus maravillosos porches y las imprescindibles hamacas.
- Los contratiempos que te llevan a crecer, a avanzar, a conocer tus límites.
- Una singha frente al mar.
- Aprender historia sin apenas darme cuenta.
- El campo de refugiados.
- Sentir que por el simple hecho de estar, ya estoy aprovechando el tiempo.
- Mi casa en Koh Tao.
- Vivir sola, despertar con el sonido de la jungla como telón de fondo, la luz entrando por la ventana y arrancándome del sueño cual ladrón.
- Las lluvias torrenciales cuando estoy a cubierto.
- El Muay Thai.
- Ponerme a prueba cada día.
- Comer por dos euros.
- Los atardeceres de postal.
- Ir vestida siempre con shorts y camiseta.
- Que a nadie le importe tu aspecto.
- Fumarme un cigarrillo en la cubierta de un barco.
- Estar rodeada de gente feliz.
- Sentirme VIVA.

What I don’t…

- Estar siempre de paso.
- La comida de los aviones.
- No poder leer los libros que quiero en castellano.
- Estar lejos de mi gente.
- Los viajes en autobús de veintisiete horas.
- Los mosquitos, cucarachas, arañas y demás fauna con la que compartía piso.
- Llevar la mochila siempre a cuestas.
- Los visa-run cada tres meses.
- Cargar tanques de tierra al barco y del barco a tierra (¡Menudos biceps se me estaban poniendo!)
- Estar ingresada en un hospital de Bangkok en la más completa soledad.
- Que diluviara cuando iba con moto (sin casco, sin ver nada, esquivando baches y calles completamente enfangadas).
- Necesitar hablar en castellano y no poder hacerlo.
- Levantarme a las cinco de la mañana.
- No tener bañera, sólo ducha, y normalmente de agua fría.
- La corrupción.
-Los apagones de luz durante semanas.
- Vivir en una isla en la que no te puedes ni tirar un pedo sin que todo dios se entere.
- La soledad mala.
- Las cagarrinas en India.
- Pasarme la vida diciendo hola y adiós, sin que apenas nadie permanezca.
- Al chino cabrón que me lo robó todo en Filipinas.
- Los besos, los abrazos, los “te quiero” que no son de verdad.
- La pereza que me abordó en Koh Tao.
- Ducharme, salir a la calle y volver a sudar.
- No tener cultura (cines, teatros, conciertos) a mano.
- Que con los locales se me acabara la conversación en cinco minutos.
- Ver a mis padres una vez cada dos años.
- No poder tener una rutina de gimnasio.
- No tener vino rico ni jamoncito serrano.
- Que un tío te haga una putada y no puedas llamar a tu mejor amiga para contárselo.
- La falta de motivaciones intelectuales.
- La misma música en el mp3 durante más de un año (al final, hubiera matado a Sabina).
- Tener ganas de llorar y no poder hacerlo porque tienes que solucionar el lío en el que te has metido.
- Que te arregle la infección en la pierna un matasanos.
- Quedarme tirada en medio de Borneo, de noche y sin que nadie supiera decirme a qué hora iba a pasar el siguiente autobús.
- Ser siempre una forastera, no importa cuánto tiempo lleves allí instalada.
- Sentirme un dólar con patas.