viernes, 29 de octubre de 2010

A posteriori

Cuentan que en Sierra Leone la tierra es roja por la sangre que se ha derramado sobre ella. Y es que en este pequeño país del continente africano, belleza y tragedia van irremediablemente de la mano. Uno no puede mirar las consabidas sonrisas de los niños, sin apreciar la pobreza infinita que se esconde tras ellas. Ni asistir al espectáculo de mar, arena blanca y cocoteros de sus playas, sin resolver que su virginidad se debe a que no tienen modo alguno de explotarlo. Ni rendirse ante la belleza perfecta de una madre amamantando a su hijo, sin trascender la pura fotografía y entender que si nos está dejando hacerla es porque guarda la esperanza de recibir un puñado de leones (moneda local) a su término. Ni asombrarse ante el cielo más estrellado que se ha visto en la vida, sin concluir que si es así es porque no hay electricidad ni, por lo tanto, contaminación lumínica. Paradojas. Eternas -y africanas- paradojas.

Lo mismo ocurre con las sensaciones que cada uno de sus recovecos imprimió sobre mi cuerpo. Su recuerdo me obliga a sonreír y me escuece a partes iguales. Despierta mi ternura y mi ira simultáneamente. La una por sus habitantes; la otra por todos los que permiten -¿permitimos?- que en determinados lugares del mundo se siga viviendo de esa manera. Y sí, ya sé que es un tópico. Pero no deja de ser menos cierto por ello.

La encrucijada de sentimientos no me ha dado tregua desde que aterrizara procedente de África. Cuando me preguntan si me ha gustado Sierra Leone, respondo con un eufórico “me ha encantado” que pronto me veo obligada a matizar. Adoro la experiencia que he vivido -y sus paisajes y sus gentes- pero ojalá no hubiera vivido nada, si ello hubiera significado que no había nada que contar. Ojalá fuera un país como tantos otros, ojalá no escondiera dramas ni tragedias, ojalá mi experiencia -aunque absolutamente enriquecedora- no hubiera tenido sentido ni lugar.

Regresé de África hace ya cinco días y, sin embargo, creo que no he terminado de regresar. Pero es que… ¿Se puede regresar completamente de África?