miércoles, 31 de marzo de 2010

Océano Mar

Un amigo me dijo una vez que las mujeres se dividen en dos tipos: las que se merecen que se les regale Océano Mar y el resto. Él consideró que yo era de las primeras y me obsequió con su propio ejemplar. Desde entonces, Baricco es mi autor favorito y Océano Mar el libro que sustenta mis sueños. Una obra maestra. Una joya. Una biblia pagana. Un exquisito trabajo de orfebrería que hilvana un extraordinario mundo de personajes oníricos, tan reales e inverosímiles como la vida, como la nuestra, como a la que en ocasiones se le antoja sorprendernos y nos lanza sin piedad a un mundo de lo maravilloso que nunca es eterno. Que tiene principio, desenlace y final, como el propio libro.

Quise seguir la bonita tradición de mi amigo. En Océano Mar, Bartleboom escribe cartas de amor a una amada que todavía no existe, pensando que el día que la conozca se las entregará todas de golpe; yo desde entonces creí que algún día aparecería alguien que merecería que le regalara este libro.

Y llegó. Y ayer, releyendo a Baricco -hay libros que nunca se agotan, que cuantas más lecturas acumulen más se disfrutan- reviví las tres historias. La de Bartleboom, la de aquel que me regaló su primer ejemplar y la del que se mereció que yo le regalara el mío.