viernes, 10 de octubre de 2008

El limbo se llama Dhaka


El mío, al menos. El de antes de ayer. El que me retuvo durante casi 12 horas en algún punto entre India -mi origen- y Tailandia -mi destino-. Y ese punto era Bangladesh, su capital para ser más exactos, su aeropuerto si queremos afilar más. Aunque lo abandoné por unas horas porque cometí la estupidez de pagar 20 dólares por un visado de tránsito, los transfers y un hotel. Pero vayamos por partes.


Volaba con Bangladesh Airlines y nada más embarcar me di cuenta de que aquello iba a se una aventura. Me sentaron en la salida de emergencia -genial, podría estirar las piernas y bla, bla, bla, bla, bla- pero lo que era un hecho positivo en principio, se convirtió en toda una preocupación: la puerta de emergencia estaba rota , una parte importante de la misma estaba salida hacia dentro dejando algún pequeño agujero que me comunicaba con el exterior. El hombre de mi lado -un sikh nacido en Tailandia que se convertiría en el entertainment del trayecto- debió adivinar mi susto -¿por mi cara quizás?- y vino a tranquilizarme de maneras poco ortodoxas diciéndome “no pasa nada, a la ida yo fui con otro -de la misma compañía- que tenía un boquete así”. E hizo el “así” con las manos para luego concretármelo sacándome la fotografía del delito. El agujero era realmente grande. Gracias. Aquella compañía sí que era de fiar.


Quizás para que me olvidara del problema, quizás por que estaba algo loco -tras varias horas con él, me inclino por lo segundo-, el tipo, Sam, me empezó a hacer juegos de magia. Era bueno -muy bueno- y lo cierto es que consiguió no sólo que me riera durante las dos horas largas de trayecto, sino también que todos los pasajeros -indios y bangladeshis, ningún occidental- estuvieran pendientes de lo que pasaba en aquellos dos asientos del avión. Todos los ojos clavados en nosotros, sobretodo en mí. En aquel momento respiré tranquila por haber escogido un modelito tan discreto para la ocasión : camiseta de propaganda ancha y con mangas y pantalones cagados. Así no tendrían excusa para mirar más de la cuenta.

El avión, como no, salió con dos horas de retraso y llegó con dos horas de retraso también. Ahí tenía dos opciones: dormir en el mismo aeropuerto -tirada en el suelo, con mi cámara y mi portátil a merced del que quisiera llevárselos-, o pagar 20 dólares por un transit visa, los taxis y un hotel. En pack. Opté por lo segundo, a fin de poder dormir mejor .Y allí empezó la odisea. Burocracia lenta -lentísima- con un tío que tecleaba los datos de todos -éramos 9, en total, los que habíamos escogido esta opción- en el ordenador con dos dedos, con la lentitud del que no sabe hacerlo mejor. Me dio tiempo de hacer amigos: Sam, Rubí y su marido -una pareja del Punjab de lo más moderna- otro chico de Udaippur que trabaja en Bangkok. Nos hicimos íntimos. La espera era larga y el lugar adverso. Es lo mejor en estos casos.


Llegamos al hotel pasadas las 3 de la mañana y se suponía que a las 8:30 deberíamos salir de nuevo hacia el aeropuerto para tomar nuestro avión. Hice los cálculos: podría dormir 5 horas, no estaba del todo mal. Me duché rápido -secándome con la colcha de la cama porque no había toalla y no iba a bajar en pelotas a buscarla-, me fumé un par de cigarrillos y me metí en la cama dispuesta a aprovechar hasta el último minuto de sueño. Pero no me dejaron. De repente, llaman a la puerta. Se habrán equivocado, pensé. Pero a los dos minutos vuelven a llamar. ¿What? Al otro lado, silencio, seguido de dos golpes más. ¿WHAT? Una toalla. No la quiero, ya me he duchado, déjeme dormir. Me meto en la cama de nuevo. Pillo el sueño y vuelven a llamar.¿¿¿ WHAT??? Silencio. Llaman de nuevo. ¿¿¿¿¿WHAT???? Open the door. Noooooooooooo. Son las 4 de la madrugada, estoy durmiendo -ESTABA-, déjeme en paz. Estuvieron hasta las 4:30 aporreando la puerta cada diez minutos. Genial.


Pero no dándose por vencidos, a las 6:30, cuando mi sueño era lo más profundo que puede ser, de nuevo: TOC-TOC. Estoy soñando, pensé. Pero no. Dos golpes más confirmaban mi primera idea de los bangladeshis : están locos. Me acerco a la puerta, de mala uva. ¿What? Breakfast. ¿¿¿¿¿Qué????? ¿A las 6.30 de la mañana? Perdone, me he ido a dormir a las 4:30 porque se han pasado la noche golpeando la puerta de mi habitación y ¿me despiertan a las 6:30 para desayunar cuando tengo que salir hacia el aeropuerto en dos horas? ¿Do you think I need two hours to eat my breakfast? Me sulfuré. Le dije al tío que se fuera, me vestí y bajé a recepción hecha una furia. Empecé a chillar. ¿DO YOU THINK THAT WHAT I NEED THE MOST NOW IS BREAKFAST? Desde aquel momento, no hubo más golpes en mi puerta. Pero el cabreo me había desvelado. Ahora quería desayunar.


Tal fue mi experiencia en Bangladesh. El siguiente vuelo lo pillamos sin problemas -y sin retraso- y tras dos horas en un avión de lo más prehistórico también -a este le faltaban las luces y los aires acondicionados que cada pasajero lleva encima… y en su lugar había agujeros, como de haber sido arrancados-, llegué por fin a Bangkok. Home, sweet home. Pero esto ya es otra historia y otro post.


1 comentario:

Arturo Ruiz dijo...

No te imaginas como he disfrutado tu relato de tu paso por Bangladesh. Habiendo vivido alla por espacio de 9 meses y haber tenido que viajar en numerosas ocasiones por el sudeste asiatico y mi pais, pude ponerme en tu lugar y transportarme en el tiempo.

Es cierto, la "hospitalidad" bengali es algo curioso y es un gusto adquirido.

Su aeropuerto es un monumento a la ineficiencia, como lamentablemente tambien lo es el resto del pais.

Excelente blog, te felicito. Ya me dare la vuelta mas a menudo.